viernes, 28 de octubre de 2016

00386 El Lavadero de Montmesa

PUNTO LIMPIO DE ENCUENTRO


Acabo de visitar la pequeña y vecina localidad de Montmesa. El día ha acompañado y ha hecho más amable si cabe, el transitar por sus calles y recios rincones. El paisaje que la rodea es muy visual, tentador. He tomado algunas notas que cualquier día de estos trasladaré a este caleidoscopio compartido y vital. Sólo un apunte, cada vez estoy más convencido de mi querencia, con todos sus peros, hacia estos personales y peculiares lugares.

He finalizado el recorrido en el antiguo lavadero, rehabilitado junto con la iglesia y algunas calles hace cinco años. Se trata de un lugar acogedor, flanqueado por un cuidado césped que me ha invitado a dejar caer mi cuerpo sobre él. Desde esta improvisada zona de confort he recreado mi mirar por entre piedras, surcos y agua. He deslizado mi vista por un  espacio que otrora fuera lugar de trabajo, punto de encuentro y de tertulia para las mujeres del lugar; un singular universo heredado de madres a hijas a lo largo del tiempo. Días de laboreo entre ropas blancas con olor a limpio y nudillos enrojecidos.

La imagen de mi abuela Genoveva ha llamado una vez más a mi memoria como cuando ella venía a casa y delante de la lavadora traía a aquel presente sus días de lavado en el río. Escucho su voz de cristal que nos contaba cómo llegaba caminando desde su casa al arroyo acarreando el  barreño de ropa sucia y la losa de madera con hendiduras donde se restregaba la ropa. Por jabón, el que se hacía en casa con sosa y grasa de la que sobraba en la matacía. Sin esperarlo,  me llega después de tantos años el olor de ese jabón elaborado de forma artesanal que se guardaba en piezas rectangulares y que a mi madre siempre le gustaba disponer para "las manchas difíciles y a mano". Jabón que en una ocasión calmó mi dolor de malherida pierna mediante jabonosas friegas calientes. Todo un alivio antes de que se diera de forma certera con mi lesión y que finalmente me haría pasar por el quirófano. Siempre he pensado que mi abuela, como tantas  mujeres de su generación, fueron auténticas heroínas de la supervivencia sin más recompensa que la de no caer en el olvido. Y me parece ver sonreír a mi abuela y decirme, "que cosas dices".

Vuelvo a fijar mi mirada en la humilde infraestructura que solía construirse a las afueras de los pueblos y cerca de arboledas donde se aprovechaba para tender la ropa y de paso que se orease. Lavaderos que se dividían en dos estanques; uno para lavar y otro, algo más elevado, para aclarar. Y entre lavado y aclarado, horas de compartir en tertulia hacendosa, angustias, confesiones, alegrías, esperanzas... el día a día de cómo se tejía la vida.













No hay comentarios:

Publicar un comentario