martes, 4 de octubre de 2016

00370 Los Atardeceres Prestados

DE MI HERMANA Y MADRINA MACHACHA


Aquí no se tira nada; se recoge y se guarda todo. Nunca sabes cuando se hará necesario, en qué momento se hará imprescindible su latir aunque sea de prestado. Una palabra, un aliento, un te quiero, un abril con sabor a agosto, un viento que ayer fue fresco o un atardecer que no fue por mi contemplado. Todo vale en momentos de escasez, y los hay en demasía.

Hoy toca un hermoso atardecer de algún lugar donde el sol se posó ante unos ojos verdes y azulados como ese mar que ahora se rinde entregado ante un espectáculo imprevisible y extraordinario. Mirar a través de  esos ojos todavía ilusionados y embriagados por lo que queda por venir. Una incisión profunda, su mirada, que destila un líquido claro y transparente para quedarse en el mar, en ese mar que sana las heridas y que sabe de desvelos tantas veces proferidos.


Hoy el cielo serpentea en caprichosas curvas entretejidas para esquivar un color que no le pertenece. No lo conseguirá. Nunca lo podrá conseguir porque el color sin artificios,  atrapa, atenaza, atrae como esos ojos que no pierden el tiempo en esquivar la mirada, que no engañan.

Hoy, emboscado en las horas de una tarde otoñal,  acampo en la pupilas de esos ojos y me dejo llevar como un huésped agradecido por este paraje de cielo esquivo y mar dormido. Hoy es un atardecer prestado; mañana me bastará con el recuerdo de su limpia y entrañable mirada. 




















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