miércoles, 10 de mayo de 2023

01114 Las Amaryllis

 LA SUEGRA Y LA NUERA


Cada vez que veo una amaryllis, no puedo dejar de sonreír. En casa de mi madre, en el balcón de su dormitorio, siempre había una de estas encantadoras plantas. Llegado el verano, la floración de la planta constituía todo un impresionante espectáculo de belleza y color. Todos los días, desde que comenzaba a aparecer el pedúnculo que culminaría con el regalo de las flores, acudíamos al balcón para constatar su progreso. Ya, con la planta en flor, las visitas se hacían más frecuentes con el fin de deleitarnos con la florida imagen. Toda admiración era poca.

Pero lo que más me llamaba la atención de esta planta era el popular nombre con la que mi madre la denomina: “la planta de la suegra y la nuera”. Lo de amaryllis lo aprendí muchos años más tarde. Era muy niño y no entendía muy bien cómo suegras y nueras tenían el privilegio de prestar su nombre a tan bella flor. Un día mi madre me lo explicó. Me vino a decir que suegras y nueras no acostumbraban a llevarse muy bien, como las flores de esta planta, que nunca llegan a “mirarse”. No acabé de entenderlo. Era un niño. No conocía ni a suegras ni a nueras y sólo veía bellas flores, aunque entre ellas se dieran la espalda. Con el paso de los años, todo comenzó a tener sentido.

Ahora, cuando veo una amaryllis, no puedo dejar de sonreír, de contemplar su belleza y de recordar a mi madre en el balcón de su dormitorio, inclinada feliz sobre la belladonna.

 




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