jueves, 28 de julio de 2022

1014 San Lorenzo de Almancil

EN BLANCO Y AZUL


Almancil es una población portuguesa que se encuentra en el Concejo de Loulé, en el atractivo y ensoñado Algarve, a unos trece kilómetros de la localidad de Faro. No es muy grande, su población apenas alcanza los nueve mil habitantes, si bien recrea en sus calles y edificios algunos interesantes detalles históricos que la hacen atractiva, en medio de un ambiente muy pintoresco. Uno de los lugares más visitados y fotografiados es la Iglesia de San Lorenzo de Almancil, también conocida como San Lorenzo de Matos, construida en la primera mitad del siglo XVIII y considerada como uno de los mayores tesoros artísticos del Algarve.

Hace cuatro años, en nuestro veraneo familiar en tierras onubenses, realizamos una de nuestras, por aquel entonces, “escapadas tradicionales” al Algarve. En esa ocasión tocaba Almancil, Faro y sus alrededores. (Mientras esto escribo todavía me llegan bellas imágenes de un paisaje vivido, disfrutado y pintado en blanco y azul).

Alcanzamos Almancil a temprana hora de la mañana. El sol ya se había adueñado de la pequeña localidad para llevar a los ojos del visitante sus mejores estampas. Paseamos sus limpias y blancas calles hasta llegar a nuestro deseado destino: la Iglesia de San Lorenzo. Se trata de un templo de nave única con el presbiterio cubierto por una hermosa cúpula revestida de azulejos figurativos, al igual que en las paredes de la nave y la bóveda.

Por aquella época, mi todavía intacta y necesitada fe me llevaba a orar allí donde consideraba que podía ser escuchado. A mi San Lorenzo, patrón de la Ciudad de Huesca, lo visitaba por aquellos días con bastante frecuencia. Creo que hasta llegué a agobiarle con mis súplicas y desalientos.

Entré en el templo lusitano esperanzado, muy esperanzado. Tras pasar por taquilla y abonar dos euros, accedí a la capilla de San Lorenzo. La señora que atendía la taquilla, ya entrada en años, al ver mi cámara fotográfica colgada al cuello me advirtió que no se podían hacer fotografías de la capilla. Al entrar en el oratorio me quedé boquiabierto. A pesar de haber visto con anterioridad alguna imagen del lugar, su visión en vivo me sobrecogió con escalofrío incluido recorriéndome el cuerpo. Me senté en un banco y con las manos entrelazadas sobre mis rodillas comencé a hablar con San Lorenzo. Entre rezos, peticiones y oraciones, mi vista se recreaba con los azulejos pintados, azul sobre blanco, que revisten gran parte de la capilla y que narran la vida y milagros del santo que acabó quemado en una parrilla. En concreto, se trata de ocho paneles anclados a las paredes del templo; dos en los laterales de la capilla mayor y tres a cada lado de la nave. Los doce pilares laterales presentan alegorías de virtudes que conducen a la santidad, mientras que en el coro aparecen las tres virtudes teologales. En la bóveda las escenas muestran la entrada de San Lorenzo en el reino celestial, siendo recibido por la Santísima Trinidad. Por último, y en la cúpula, se muestra la coronación de San Lorenzo.

Y si hermosos son sus azulejos, no lo es menos el dorado retablo de la capilla; una copia barroca atribuida a Manuel Martins, el mayor tallador y escultor del Algarve, autor también de la imagen de San Lorenzo existente en la atractiva y original capilla.

El silencio era sepulcral, solo alterado por los pasos de la señora/guardesa que entró por tres veces para cerciorarse de que no hacía fotografía alguna. La última vez que entró me dieron ganas de decirle que soy hombre obediente y que acostumbro a respetar las normas de las casas ajenas. Pero me callé, tampoco me gustan las broncas ni las escenas inconvenientes. Así que seguí a lo mío, que no era otra cosa que rogar, hablar y admirar la calidad y sentir de los azulejos diseñados por Policarpo de Oliveira Bernardes en 1730 y que constituyen el mejor ejemplo de baldosas de arte barroco en el Algarve.

Allí permanecí aproximadamente una hora. Al salir le dije a la señora/guardesa que era de Huesca y la devoción que le profesamos a San Lorenzo. Apenas conseguí sacarle una ligera sonrisa y menos que me dejara hacer una sola fotografía a la capilla. Así que pasé de nuevo por taquilla para hacerme con una colección de postales del templo. De aquí que las imágenes de interior que ilustran este escrito sean fotografías tomadas a las postales.

Al margen de anécdotas, el caso es que recuerdo que salí del templo dedicado a San Lorenzo, mandado construir por la propia población para agradecer a su santo intermediario por la falta de agua y clasificado como “monumento de interés público” el 2 de enero de 1946, con mucha paz, serenidad y alegre, algo poco habitual en aquellos días.

Han pasado cuatro años desde aquella visita. Las cosas no fueron como fervientemente deseaba. Hoy he decidido que ya era hora de abrir de nuevo la puerta a la reconciliación ante la proximidad del 10 de agosto.

  

 
















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