domingo, 10 de julio de 2022

01005 La Langosta

DELICADA Y SUBLIME


No creo que sobrepase la docena y media de veces las que he comido langosta a lo largo de mis sesenta y cuatro años de vida. Y salvo en alguna rara ocasión, mejor dicho, cuando el mercado las ha puesto a tiro de cartera, la mayoría de oportunidades de sentarme frente a tan preciado marisco ha sido en alguna boda o celebración a la que he sido invitado.

Así como con otros alimentos o platos que han ido pasando por este caleidoscopio vital tengo muy presente “aquella primera vez”, con la langosta no tengo ni la menor idea ni dónde, ni cuándo, ni cómo la saboreé en primera instancia. Intuyo, solo intuyo, que sería en alguna boda y con algunos años ya sobre mis piernas, porque en mi casa no estábamos para tales dispendios.

Cuando he comido langosta, al no ser un ingrediente cotidiano, ni de lejos, de mi dieta, la he saboreado como si no hubiese un mañana. Si habitualmente como despacio, con este preciado marisco puedo llegar al límite de la desesperación. Dicen los que saben de este manjar, que es la carne más exquisita de todo el océano, la más delicada y sublime, y la más deseada en las mesas de todo el mundo. Y con esos honores me enfrento a ella para mi disfrute.

La langosta que ilustra esta entrada, según puedo leer en la información de la fotografía, la disfrutamos en casa en noviembre de 2021. La compramos a un precio bastante asequible. Desconozco el mar donde vivió. Lo que sí que todavía recuerdo es lo deliciosa y sabrosa que resultó. Daba pena echarle el diente cuando salió a la mesa.

A la hora de cocinarla nos decantamos por la forma más sencilla y evitando incorporar elementos que pudieran disimular su natural y atractivo sabor. Así que acudimos a los consejos traídos de uno de nuestros viajes a Galicia: poner agua a hervir con un poco de sal e introducir la langosta, por espacio de diez minutos, desde que el agua entre en ebullición. Sacar la langosta del agua y dejarla en reposo sobre unos cubitos de hielo hasta que se enfríe.

Sacamos la langosta a la mesa desprovista de su caparazón, con unas hojas de lechuga y aliñada simplemente con unas gotas de aceite y vinagre. ¡Espectacular!

Ni me acordaba de cómo era su textura y sabor. Así que puse a todos mis sentidos en formación, con el mandato de que estuviesen bien atentos y receptivos porque no sabía cuántos años iban a pasar hasta que se vieran en otra como esta. Y ya lo creo que me hicieron caso.



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