jueves, 19 de mayo de 2022

00985 El Horno de Pan de Castilsabás

 HORNO COMUNAL


Fue toda una sorpresa, una grata sorpresa. En ese empeño por visitar todas y cada una de las poblaciones de la provincia de Huesca, organicé en aquella ocasión una ruta por la siempre atractiva y apetecible Sierra de Guara.

La jornada prometía en ese día de incipiente primavera. Los campos habían comenzado a vestirse del color de la vida bajo un cielo azul de postal, así que mi ánimo, un tanto bajo por aquellos días, no tuvo más remedio que ponerse a nivel de la situación.

Tras visitar algunos núcleos de población y jugar a fotógrafo, recaí en Castilsabás, pequeña localidad de la comarca de la Hoya de Huesca, a doce kilómetros de la capital oscense, perteneciente al municipio de Loporzano. El recorrido fue rápido, apenas ralentizado por las imágenes que iba capturando a mi paso. Mi experiencia me dice que allá donde vayas siempre hay algo digno de admirar o de prestar atención. Tan solo es necesario acudir con una mirada abierta e inquieta y de querer que así sea. Y Castilsabás no podía ser una excepción,

Mis pasos me llevaron hasta el cementerio, ubicado al final de la localidad, a modo de balcón, con espléndidas vistas hacia los hermosos y prometedores campos de la Hoya oscense. Me senté y contemplé el paisaje. No recuerdo cuánto tiempo estuve, me imagino que el suficiente como para impregnarme de un natural bienestar.

Regresé sobre mis pasos. Todavía no me había tropezado con alma alguna. Tan solo un perro, un aparentemente viejo perro, me siguió durante unos metros con un fatigado y lento caminar. Tomé unas últimas instantáneas a la iglesia dedicada a San Antonio Abad y me dispuse a bajar la calle hasta llegar de nuevo al coche y proseguir ruta.

Mientras caminaba calle abajo, una placa clavada en la pared de una casa llamó mi atención. Me había pasado desapercibida en la subida. Me acerqué hasta ella y leí: "HORNO COMUNUNAL DE PAN. Restaurado en 2015". Coincidencias de la vida, justo en ese instante una joven mujer abría desde el interior la puerta de acceso al horno. Salió y cerró la puerta con llave. Se me quedó mirando y me preguntó si podía ayudarme en algo. Le hice observar mi interés por conocer el horno, a lo que me respondió que en ese mismo instante, si quería, podía hacerlo. Miré el reloj, pues intuía que podía ser algo tarde para visitas inesperadas, y antes de que yo pudiera articular palabra y como si hubiese adivinado mi pensamiento, mi interlocutora me indicó que "aquí, lo que nos sobra es tiempo".

Me invitó a entrar y solo pisar su interior, algo se removió en mí. Comenzaron a hacerse presentes recuerdos de mi infancia cuando mi abuela Genoveva, en vísperas de alguna fiesta, me llevaba a la panadería, en Alcalá de Gurrea, para hornear sus deliciosas y esperadas tortas de caja y tortas de hoja. 

En el restaurado horno comunal se exhibían, como piezas de museo, tajaderas, canastos, palas de hornear, recias macelas, telas de lino o cáñamo que servían para poner las formas de los panes, y otros objetos recuperados de un pasado no muy lejano que nos hablan de cuando este espacio rebosaba de una necesitada actividad.

Mi inesperada y atenta anfitriona, mientras yo disfrutaba imaginando la vida en este lugar, me informó de que el horno de pan comunal de Castilsabás, propiedad del pueblo, se ubicaba en lo que era la casa consistorial-escuela y que estuvo en uso hasta los años cincuenta hasta que se convirtió en cuadra, almacén y depósito de trastos viejos. En 2015 fue recuperado gracias a la Diputación Provincial de Huesca, el municipio de Loporzano y la Asociación de Castilsabás.

Al hilo de sus informaciones me ofreció un pequeño folleto, editado por la mencionada asociación,  para que pudiera conocer más a fondo, y a flor de piel, lo que en su día representó para la pequeña localidad este horno de pan comunal. En él, vecinos y vecinas de Castilsabás compartían sus recuerdos relacionados con el horno. Así, Consuelo, nacida en el año 1921, relata que "para amasar las mujeres del pueblo acudían al horno por parejas. La mejor amasadora era seña Marieta, de casa Lozano, y ella le ayudaba para aprender. Era el periodo de la guerra civil y el Comité era quien organizaba la actividad del horno. Compraba la harina y la sal, y si era necesario, también la leña (...) El horno no tenía luz eléctrica. Se usaban candiles de aceite. El Comité dio un candil de carburo para el horno y también a cada una de las casas del pueblo. Los hombres encendían el fuego y las mujeres por parejas amasaban. Se hacían panes de dos kilos y se distribuían gratis entre los vecinos del pueblo a razón de un pan de dos kilos por persona y por semana. Consuelo recuerda que eran 9 fanegas por cada hornada".

En otro momento del folleto Consuelo cuenta cómo se hacía el pan. "Se ponía a calentar el agua en un caldero encima de unas brasas sacadas del horno y colocadas en un brasero. Se mezclaba la harina con la masa madre en una vacía grande que servía para ello. Cuando estaban bien mezcladas se añadía el agua y empezaban a amasarla. Luego se añadía la sal. Primero se hundían los dedos por toda la superficie de la masa, y luego la tiraban de derecha a izquierda y de delante atrás muchas veces hasta que la masa se despegaba de los dedos. Cuando a la seña Marieta le parecía que estaba bien, la tapaban con una manta y se dejaba hasta que la masa creciera el doble de su volumen. Cuando ocurría se cortaban trozos de masa para hacer los panes y se ponían en la masela otra vez cubiertos hasta que volvieran a crecer. Una vez crecidos llegaba el momento de colocarlos en el horno".

José Mairal cuenta que "una vez encendido, para saber cuándo el horno estaba a punto para hornear, se acostumbraba a poner en el horno los belulos. Eran sencillamente unos panecillos pequeños que servían de muestra. Si estaban cocidos se pasaba a la fase sucesiva de hornear. Los chiquillos del pueblo, que siempre rondaban por allí, se los comían que daba gusto".

José Miranda señala que "en el pueblo las habilidades de cada uno eran muy importantes en la vida de la comunidad porque facilitaban la vida de todos. Los hombres tenían que traer la leña al horno. Se necesitaba leña fina para encenderlo y generalmente eran "fajuelos" de limpiar los olivos o las viñas y otra leña más recia para mantenerlo. El calor debía ser lo más homogéneo posible en todo el horno. Para iluminarlo en la fase de limpieza y de horneado se usaban los luceros. Sencillamente unas ramas de boj que quemaban lentamente e iluminaban el  horno. Antes de hornear era necesario limpiar la base del horno de ceniza y para ello se usaba un palo largo con unos trapos "recios" humedecidos, de manera que la base del horno y de los panes quedara limpia".

No sé cuánto tiempo estuve disfrutando de este pequeño espacio y de las explicaciones que me iba facilitando mi interlocutora, que después me llevaría hasta las antiguas escuelas, ahora centro de reunión y sede de la Asociación  de Castilsabás, pero me parecieron unos minutos esplendorosos, mágicos. No solo hablamos del horno sino también de la vida y de su discurrir, del pasado y presente de Castilsabás y del mundo rural a veces tan desatendido.

En la despedida le mostré mi gratitud a la que había sido mi anfitriona en la pequeña localidad de Castilsabás, con la promesa de regresar. Gratitud que ahora hago extensiva a la Asociación de Castilsabás por recuperar un pequeño tesoro de su pasado, que al fin y al cabo es de todos nosotros, y especialmente ahora, en un momento, en el que parece que nada de cuanto hicieron nuestros mayores y antepasados existió. Gracias de todo corazón.





























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