lunes, 4 de diciembre de 2023

01223 Las Manitas de Cerdo a la Brasa

 CRUNCH, CRUNCH, CRUNCH


Las manitas de cerdo repiten entrada en este caleidoscopio vital. Lo hacen de la forma más sencilla posible, pero no por ello, exentas de sabor y personalidad. En esta ocasión, se trata de unas manitas a la brasa, bien cocinadas, crujientes y en su punto justo de sal.

Como ya quedó demostrado en entradas precedentes, las manitas de cerdo, en contra de lo que pueda pensar y decir mucha gente, me parece un bocado exquisito, si están bien cocinadas. Me gustan de cualquier manera; guisadas, con callos, deshuesadas y rellenas, a modo de hamburguesa... El juego que dan es muy variado y para mí, gratificante, gastronómicamente hablando.

Tanto es así, que las manitas que ilustran esta entrada las comí recientemente en Casa Rufino de Bolea. Figuraban en el menú del día junto a un bacalao con tomate, cordero asado, conejo a la brasa y lubina al horno. No dediqué ni un segundo a la duda. En cuanto vi "manitas de cerdo", se borraron a mis ojos el resto de letras del menú. 

Estaban deliciosas. Limpias, bien cocinadas y memorablemente crujientes. Me supieron a poco, a muy poco. Me hubiese comido media docena de ellas. 

La primera vez que manifesté mi exagerada inclinación por las manitas de cerdo fue en la entrada número 00361, en la que incluía la siguiente anécdota: "A mí me chiflan hasta el punto de que en una ocasión, después de realizar un programa radiofónico en una pequeña localidad, su alcalde quiso agasajar nuestra presencia con una comida. El menú lo tenía ya pactado. De primero, unos generosos entrantes para continuar con un contundente asado de cordero de la zona con sus correspondientes patatas panadera. En un momento de la comida,  mientras daba buena cuenta de los embutidos caseros, croquetas y otros fritos, vi pasar por el comedor a uno de los camareros con un plato de manitas a la brasa que posteriormente depositaría en una mesa vecina. Se
me iban los ojos tras ellas. Su olor a brasa y a majada de ajo, aceite, sal y perejil , y el placer con el que se estaba comiendo el anónimo comensal las manitas de puerco, hicieron que mi falta de consideración llamara a mi puerta. Me lo pensé un par de veces, pero a la tercera no pude dejar de reprimirme y de interrogarle al anfitrión: Alcalde, ¿me permites que cambie el cordero por unas manitas? El primer edil me miró sin ocultar su cara de sorpresa, encogió los hombros y me respondió con un simple y sencillo "tú mismo", no exento de posibles interpretaciones. Recuerdo que mientras me deleitaba con las sabrosísimas manitas, el resto de compañeros comensales me miraban de soslayo intentando averiguar qué siroco me había entrado. A ninguno con los que compartía mesa y mantel les gustaban las manitas, según fueron confesando.

Pues nada, dicho queda de nuevo.





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