miércoles, 14 de febrero de 2024

01265 Mi Poema

 "EL IDEAL"


Muchos son los poemas que me han venido acompañando a lo largo de mi vida, nacidos de las sensaciones, vivencias y sentimientos de poetas como Neruda, Pessoa, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Gerardo Diego, Bécquer, Gloria Fuertes, Kavafis, Walt Whitman, García Lorca o Antonio Machado, entre otros. Llegaron en distintos momentos de mi trayectoria vital e incluso alguno de ellos, no con poco esfuerzo, dada mi escasa capacidad retentiva, llegué a aprendérmelos de memoria. Cada uno tuvo su impronta en su momento. Pero hubo uno que descubrí en mi adolescencia a través de la antología sobre "Las mil mejores poesías de la lengua castellana". Se trata de la antología más divulgada de la poesía en lengua castellana y fue publicada por primera vez en su propia editorial por Juan Bautista Bergua. La selección corrió a cargo de intelectuales y poetas del 27, quienes propusieron los mil mejores poemas desde los orígenes de la métrica castellana y casi diez siglos de poesía. Este libro, junto con otros libros de poesía, ha sido mi libro poético de cabecera. Fue en él, dónde encontré un poema anónimo que me marcaría para toda la vida y convertirse así, en mi norte y guía. Su título, "El Ideal", para mí, un ejemplo de vida, además de deleite y belleza poética. Es el momento de traerlo hasta este caleidoscopio vital.

Una casa y no más; blanca y sencilla,

lejos del mundo y de los hombres vanos.

Un huerto en que frutezca la semilla

por la virtud humilde de mis manos

y del sudor labriego de mi frente. 

Una vida sin odios cortesanos

ni incertidumbre del placer presente,

ni angustias mensajeras del mañana,

ni envidias, donde el mal abre su fuente.

Una vivienda pobre y aldeana,

cerca del bosque, y que del mar, amigo

de mi risa infantil, no esté lejana.

En su quietud, a solas, sin testigo,

he de labrar el alma como el huerto,

del vendaval poniéndome el abrigo.

Mi brazo en la labranza se hará experto.

Aguzaré del alma las pupilas

cuando en negrura el orbe esté cubierto

y las obras de Dios yazgan tranquilas.

Gustaré, de la amada biblioteca

la fruta idónea, entre apretadas filas,

cuyo zumo ni se agria ni se seca.

El alma vestiré de recio lino

que la historia hubo hilado con su rueca. 

Y acaso, cuando el gallo matutino

a medianoche el aquelarre ahuyente, 

iré a besar con amoroso tino

el rostro sonrosado y sonriente

del infante gentil que hayamos hecho

en instantes de amor, puro y ardiente. 

Después reclinaré sobre tu pecho

mi cabeza cansada y cavilosa; 

y será un paraíso nuestro lecho.

Al otro día, entre la luz brumosa, 

veremos en las flores el rocío,

y la tierra estará como una rosa

recién nacida. Yo diré: Dios mío,

que no nos huya nunca tanto bien.

Y al yo besarte, me dirás. Amén.




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