lunes, 5 de febrero de 2024

01256 Las Bacaladerías

 LOS OJOS COMO CHIRIBITAS


El hecho de que esta sea la novena ocasión que aparece por este caleidoscopio vital el bacalao, deja bien patente mi gusto y querencia por este pez. Y las que quedan por escribir. ¡Qué gratos y buenos momentos los que me ha deparado!

No soy muy dado a ir de tiendas, ni de compras, ni tan siquiera de fijarme en los escaparates. Estos últimos tienen que ser muy atractivos para que acaparen mi atención. Pero dicho esto, como a mi paso me encuentre con una bacaladería, ya es otro cantar. No solo me quedo embobado delante del escaparate, sino que entro en el establecimiento para nutrirme de su inconfundible aroma. Olor, por otra parte, que a mucha gente cercana a mí, le desagrada. Por este motivo, en la mayoría de las veces, me deleito y disfruto de las bacaladerías en soledad. Y lo prefiero así, pues si voy acompañado, todo son prisas y caras de pocos amigos. Y no es plan.

Mi atención a las bacaladerías datan de cuando estudié en Bilbao y sobre todo, gracias a mi hermano Antonio. Como yo, o yo como él, era un fan, fan de estos peculiares y para mí, atractivos establecimientos. Amante como era del buen comer y sus grandes dotes como cocinero, en los últimos años, cuando iba a Bilbao a pasar algún fin de semana, el sábado lo dedicábamos a comprar los ingredientes necesarios para el menú que había pensado. Tampoco mucha cosa, pues amante de los guisos como era, muchas de sus propuestas gastronómicas previstas para el fin de semana, estaban cocinadas con anterioridad. Con todo, visitas obligadas eran, su cocedero de mariscos de referencia, en Deusto, próximo a su casa, y una bacaladería, también de referencia, en el Casco Viejo bilbaíno. Un recorrido de auténtico deleite. El itinerario lo finalizábamos, conocedor Antonio de mis gustos por los mercados, en el Mercado de la Ribera. Algún día, a no mucho tardar, pasearé su belleza e historia por estas diez mil cosas que me gustan.

Volviendo a las bacaladerías, tanto a Antonio como a mí, se nos hacían los ojos chiribitas. Primero, por la hermosura de las piezas expuestas a la venta, y luego, pensando en los cientos de posibilidades que este pez ofrece en la cocina. Yo, más bien hablaba poco. Escuchaba al maestro y aprendía de sus enseñanzas. Se nos pasaba la mañana en un visto y no visto, disfrutando de la compañía y dejando que nuestros sentidos escamparan a sus anchas.

Me gustan las bacaladerías, sí, pero hace tiempo que no las frecuento. Las fotografías que ilustran esta entrada se corresponden con la última visita que hice a una de ellas en compañía de Antonio. Y no es por falta de ganas. Simplemente, todavía no estoy preparado para disfrutarlas sin su fraterna compañía.













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