sábado, 1 de julio de 2023

01150 La Higuera

UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA


Existe un abismo entre lo que pensaba y hacía hace treinta o cuarenta años, y mi actual realidad. Dicen que es ley de vida. Será así y también así lo constato.

En la década de los 90, en sus inicios, conocí a Chomin, un creativo/publicista muy curioso, de amena conversación y muy vitalista. Coincidimos en una agencia de comunicación y publicidad madrileña. Peculiar mundo este en el que solo fui capaz de aguantar un año. Doce meses que fueron suficientes para que Chomin y yo entabláramos una cordial relación de amistad. Tanto es así, que aunque yo abandoné la agencia o la agencia me abandonó a mí, nunca lo tuve muy claro, seguimos manteniendo la amistad. Cuando yo iba a Madrid quedábamos a cenar para contarnos nuestras dichas y  penas, y si él venía por Huesca, por motivo de trabajo, también hacíamos por vernos. Incluso, casados ya los dos, él en segunda convocatoria, pasó unos días en casa junto a Pilar y su bebé Marina. 

Hablábamos mucho. Mejor dicho, él hablaba mucho; yo solo me quejaba de mi suerte. (Obsérvese que no digo ni buena ni mala suerte, simplemente, digo suerte) Podíamos estar horas y horas dándole a la lengua. Me gustaba. Me resultaba muy gratificante. Él era un poco más mayor que yo y con un recorrido en la vida, algo más sustancial que el mío. De sus parlamentos siempre aprendía alguna lección que con posterioridad intentaba llevar a la práctica. 

Muchas de aquellas conversaciones, una gran mayoría de índole laboral, han quedado ya en el olvido. De otras, todavía me acuerdo. Pero hay una, que más que una conversación era un monólogo, que no sé por qué, me acuerdo como si solo hubiese pasado un rato. Además, siempre, siempre que veo una higuera, me acuerdo de aquel amigo que fue Chomin y de su pasión por la higuera. Chomin me decía: "Dame una higuera y seré feliz".

La cita no era suya, sino de un amigo suyo, según me dijo. Y a partir de aquí, desarrollaba toda una teoría sobre la felicidad, la paz interior, la ausencia de estrés, el paso del tiempo, la vida, la relatividad de las cosas, lo superfluo de lo material...y todo, debajo de una higuera. Yo, más bien le entendía poco, pero le dejaba hablar y hablar hasta que se le acababa el carrete. Concluido su monólogo, más bien se trataba de varios monólogos sobre el mismo tema y en sucesivos días, es decir, la higuera, era cuando yo comenzaba a pensar. "Teniendo toda una vida por delante, me decían mis pensamientos, apasionados como éramos de nuestras respectivas profesiones, tiempos aquellos en los que nos comíamos el mundo, muchos sueños por cumplir y todo por hacer, a cuento de qué, una higuera podía ser el centro y cobijo de nuestra felicidad". No acababa de entenderlo y menos compartirlo.

De aquellos recuerdos han pasado ya treinta años. A Chomin le perdí la pista. Nuestros caminos se separaron tanto que ya no se han vuelto a encontrar, ¡Una lástima! Ahora, raro es el día que no me acuerdo de él. En el huerto tengo una higuera, una hermosa, frondosa y fructífera higuera. En mi quehacer diario la observo constantemente. Me hace compañía en la soledad de los días. Le hablo. Toco sus hojas. Cuando llega la época de sus frutos, allá para septiembre, los saboreo y disfruto. Y me siento a pensar bajo su cobijo o simplemente, me dedico a estar. Me encuentro a gusto bajo su sombra.

Lo que daría por reencontrarme con Chomin para manifestarle que ahora entiendo aquello que en su día no comprendía. Para compartir con él los pensamientos que fluyen bajo la higuera. Y sobre todo, para reconocerle que tenía toda la razón al decir aquello de "Dame una higuera y seré feliz". Sí, Chomin, soy feliz.





 



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