jueves, 13 de febrero de 2020

00905 Las Acelgas con Longaniza

COMO UNA FIESTA

Vuelvo a retomar la cocina materna. En esta ocasión no tengo necesidad de acudir al cuaderno donde guardo escrupulosamente las recetas que aprendí de mi madre. Se trata de una elaboración en la que no es preciso apuntar cantidades ni tiempo de cocinado y además, cómo olvidar los recuerdos que me trae este plato. Es imposible.

En la dieta diaria, raro era el día, por prescripción facultativa, que no había verdura para comer. Cuando no eran judías tiernas, aparecían las borrajas o los cardos o las acelgas. Simplemente hervidas con un poco de patata y aliñadas con aceite o ajos fritos. Y así, un día tras otro. A mí ya me estaba bien. No he sido ni soy de protestar delante de un plato de comida. Lo que se sirve se come y los gustos personales se dejan para las celebraciones o días señalados. Así fui educado. ¡Y qué puñetas, me gusta todo!

No obstante, dicho lo dicho, también he de reconocer que el asunto de la verdura diaria acababa siendo un tanto aburrido. Yo no decía nada, pero puede que en ocasiones mi semblante me delatara. Y era entonces cuando el sexto sentido de mi madre se ponía manos a la obra y me sorprendía con unas deliciosas judías o acelgas aderezadas con un sofrito de cebolla y longaniza de Graus, ensalzadas con unas patatas fritas y crujientes, cortadas a cuadraditos, y que tanto me encantan. Ella no decía nada y yo tampoco. Nuestras miradas lo escenificaban todo y yo, mientras tanto, me relamía.

Cada vez que saco este plato a la mesa no puedo dejar de recordar aquellos años en los que yo lo recibía como una fiesta de cómplice mirar.




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