miércoles, 2 de septiembre de 2015

00101 La Capilla Votiva de Nuestra Señora del Rocío

CALOR Y FE

Sólo han pasado cinco años desde que pisé por primera vez la arena de la aldea. Desde entonces, cada año, por el mes de agosto, me gusta volver a orar ante la Blanca Paloma, a pasear por el polvo de sus calles, a respirar su aire vespertino y fijar mis ojos en las blancas fachadas.

Recuerdo como si fuera ayer el impacto que en mí produjo la primera vez que divisé el Santuario de Nuestra Señora del Rocío en el horizonte de la recta carretera que atraviesa el Parque Natural de Doñana. Fue una sensación inesperada e inusual. Nada tenía que ver con las acostumbradas imágenes tantas veces repetidas en los medios de comunicación de aglomeraciones, vaivenes y gritos. Se respiraba paz, relativa quietud, plácida calma. Situación que se ha venido repitiendo en mis siguientes y ya tradicionales visitas, siempre en el mes de agosto. Ya nada me sorprende, si acaso, algún detalle desapercibido.

Oración, paseo, café, y en la despedida, una vela en la Capilla Votiva del Santuario. En su interior hace calor, mucho calor. Cientos de velas encendidas compiten en grados con la temperatura ambiente del exterior. En cada candela un deseo y en cada pequeña llama un gran e íntimo deseo. No es fácil encontrar en el porta velas un hueco donde tu lamparilla no se vea amenazada por el resto. Al final, si lo buscas, lo encuentras.

Son curiosas las formas que esculpen las ceras derretidas. Pueden ser hasta dantescas. Es un pequeño espectáculo para la imaginación. Y pienso en los millones de plegarias aquí recogidas y en tantos y tantos temores, agradecimientos y oraciones.

El calor huele a cera, la cera a credo y el credo a esperanza. Es la hora de marchar. Hay tiempo todavía para una mirada atrás. Apenas se ha consumido el cirio. La llama ha cogido forma y fuerza. Allí se queda velando mi plegaria, la misma que dicté el año pasado y el anterior y el anterior... Por mi querida familia, por mi gente querida, por mis queridos todos.

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