APUNTALAR EL TIEMPO
pero sus ojos, como anzuelos, se enganchaban a cualquier aire del ensoñado paraje.
No había nada especial en él que no hubiera disfrutado antes. Una tarde silenciosa y queda, un cielo de preciada seda, un contraluz melancólico y sugerente, un excitante instante camuflado de presente. Y sin embargo, era incapaz de abandonar el inocente paisaje.
Inventó una soga sobre su cintura que le sacara sin reparos del advertido éxtasis. Lejos de conseguirlo, sus pies se anclaron a la dura tierra para hacer fracasar el imaginado invento. Un poco más, una mirada más, un segundo más de jovial y esplendorosa bondad.
Lo importante es apuntalar el tiempo, se dijo, ese tiempo que no sobra, imprescindible y sin trampas. Ese tiempo que nos roban con astucia meditada. Lo esencial es afianzar la dicha en el trayecto que atraviesa la convalecencia interminable de los días.
Llegó la noche, momento en el que para los ojos todo se iguala, y se dispuso a abandonar finalmente el placido lugar. Dejar atrás ese encanto al que se aferró y acabó abrazando como a un amigo, como a un hermano, con la sensación de que siempre será posible regresar a su lado.
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