domingo, 19 de noviembre de 2023

01211 El Relevo Generacional Navideño

TODO POR LA FAMILIA


Organizando las fotografías de las navidades pasadas, con la intención de intentar poner orden, una vez más, a mi descontrolado archivo fotográfico, me he detenido un buen rato en la última Nochevieja. Muchas cosas se me han pasado por la cabeza mientras visionaba las imágenes. Nada nuevo bajo el sol: el paso del tiempo, las ausencias de los seres queridos y siempre recordados, cómo han crecido nuestros hijos, y nosotros, los mayores, casi sin enterarnos, el apego a la familia, caras nuevas que se van incorporando... Pero lo que más me ha llamado la atención, es como, afortunadamente, la gente joven está cogiendo el relevo de nuestros esperados reencuentros familiares.

Desde hace tres décadas, aún vivía mi madre, parte de nuestra larga familia decidimos pasar juntos la Nochevieja y el Año Nuevo en una casa de turismo rural. Si mal no recuerdo, la primera de ellas fue en la preciosa y atractiva localidad altoaragonesa de Alquézar. Todos éramos jóvenes. Algunos recién casados o con niños casi bebés. 

En ese primer encuentro navideño seríamos algo más de una docena de personas. Nos gustó tanto la experiencia, que en años sucesivos, hasta llegar a nuestros días, salvo los dos años de pandemia, hemos organizado un encuentro familiar para despedir el año y dar la bienvenida al nuevo.

De los pocos más de doce miembros de la larga familia que empezamos en Alquézar, hemos pasado a treinta y cuatro. Nuestras andanzas familiares han sido itinerantes, -difícil encontrar cobijo para tanta gente-, hasta que hace unos seis años, encontramos un lugar en el podíamos caber todos. Lo localizamos en Enciso, localidad próxima a las poblaciones riojanas de Herce y Arnedo. Pero hasta llegar ese momento, muchos otros lugares conocieron nuestras alegrías y fuegos artificiales de fin de año:  Isín, Las Margas, tres años, Larrés, Santa Cruz de la Serós, un par de años; Sidamon, en Lleida, así como en los aledaños a La Seu d´Urgell, cuatro años, y dos ocasiones en Cantabria, amén de algunos en  Zaragoza y Lupiñén. 

En un principio, cuando la situación se podía controlar, hacíamos un menú al uso festivo navideño. La cosa comenzó a complicarse cuando el grupo, afortunadamente, comenzó a ser más numeroso. Fue entonces cuando decidimos que la cena de Nochevieja la haríamos a base de tapas. Cada asistente adulto debía hacer una tapa en número suficiente para que el resto pudiera probarla. De esta manera, la gran mesa de la cena de Nochevieja se veía repleta de un buen y numeroso surtido de tapas. Evidentemente, aunque somos familia de buen apetito, nunca hemos podido acabar con el festín, así que las consumimos en la comida de Año Nuevo, acompañadas de una sopa de cocido con pasta y albondiguillas de carne picada. Llegamos hasta instaurar un concurso de tapas.

A lo largo de estos treinta años de encuentros han surgido un sin fin de anécdotas y momentos memorables. En un principio, todo lo que hacíamos estaba pensado en los más pequeños: juegos infantiles, breves excursiones, disfraces, fuegos artificiales, así como otro tipo de actividades que les pudiese divertir y entretener, y que todavía recuerdan con cariño.

Aquellos niños han crecido y se han convertido en hombres y mujeres con sus compromisos laborales y afectivos. Ahora son ellos los que tiran del carro de las emociones y de nuestros multitudinarios encuentros anuales. Son ellos los que preparan las actividades para el entretenimiento de todos, la comida de Año Nuevo y quienes se han incorporado también a la elaboración de tapas. Salvo fuerza mayor, nunca han faltado a la cita. Cuando alguna vez cuento, que tanto mis hijas como mis sobrinos nietos, todos en edad de vivir con autonomía su propia fiesta, siguen apostando por la familia, noto miradas de extrañeza. Lo que me hace pensar que nunca les he agradecido que sigan queriendo pasar estos días con nosotros y que hayan tomado nuestro relevo como algo natural y sin condiciones. Esta próxima Nochevieja buscaré un momento para testimoniar mi/nuestro agradecimiento. Se lo merecen.

Las imágenes que acompañan el texto, se corresponden, precisamente, con una de las tapas preparadas por los jovenzuelos. No recuerdo con exactitud su autoría. Sí recuerdo, en cambio, que se trata de una tapa sencilla, grata de comer y sabrosa; rebanadas de pan de pueblo, ligeramente tostadas, y sobre ellas, unas finas lonchas de queso camembert, anchoas y media nuez. Por algo hay que empezar. Y además, qué importa, es suficiente para mantener la tradición. 






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