lunes, 16 de octubre de 2023

01194 La Badina del Retiro

 TAMBIÉN LOS PARAJES NECESITAN ATENCIÓN Y COMPAÑÍA


La luz se posaba con suma calidez y delicadeza sobre todos los protagonistas del paraje. También el cielo, sin querer entrar en competencia, mostraba su más limpia cara, exenta de cualquier mínima mancha sobre su piel. Se trataba, sin duda alguna, del escenario idóneo donde descargar su realidad, casi permanentemente en crisis.

En estas situaciones, acostumbraba a sentarse en la roca más alta, que parecía querer custodiar la pequeña badina que, el río, ayudado de otras rocas y grandes piedras, había formado en su base. Antes de dejar caer sus nalgas sobre la roca, tenía a bien limpiar de pequeñas piedras y otros objetos, a priori fastidiosos, para evitar molestias innecesarias en salva sea la parte. Una vez sentado, suspendía sus largas piernas, con los pies descalzos, sobre, para él, pequeño abismo. No se llevaba bien con las alturas, pero en su opinión, "todo tenía una excepción".

Antes de comenzar a dar voz a su íntimo silencio, le gustaba tirar a la badina las pequeñas piedras que podía alcanzar con sus manos y escuchar cómo el agua se las iba tragando, tras un discreto y familiar glup. Eran instantes de calentamiento. Vista puesta en las transparentes aguas, ausencia de pensamientos y acomodo en la piedra. Cuando el "divertimento" había llegado a su fin, por no alcanzar en su entorno de 360 grados más piedrecillas que tirar, comenzaba con su perorata sobre el principio dudoso de sí mismo y su infructuoso destino. Poco o casi nada había avanzado desde que iniciara este ritual, y de esto hacía ya unos años. Parecía estar cómodo repitiéndose, una y otra vez, los mismos argumentos entorno a su reiterada infelicidad y continuos enfrentamientos consigo mismo. 

Quienes le conocían y apreciaban, le aceptaban tal como era. Y si alguna vez, no siempre, anunciaba que se iba a la badina, sabían que algo no iba bien. Nada grave ni serio, simplemente que alguna opresión se había infiltrado en su cabeza o en el fondo de su corazón. Era un momento de ausencia pasajera, al que nada, por más que lo habían intentado, podían aportar,

Ese día, como tantos otros, cumplió a rajatabla con su guion. Limpió la piedra en la que iba a sentarse, no se sabía por cuanto tiempo, se acomodó sobre la roca, descalzó, dejó colgar sus largas piernas sobre el "abismo" y empezó a tirar pequeñas piedras sobre las cristalinas aguas de la badina. Cuando se quedó sin piedras que arrojar, hubiera tenido que, según el esquema tantas veces repetido, empezar a enumerar las acostumbradas preguntas sin respuesta sobre su inconformista y mediocre vida, salpicado todo, con episodios y situaciones recientes de convivencia mal gestionadas. Pero no, ese día, contra todo pronóstico, no hubo continuidad en el guion. Con el último guijarro lanzado al agua, permaneció inmóvil mirando hacia la badina durante unos minutos. Después, levantó la vista, fotografió el paraje con su mirada, se levantó, calzó y con los brazos abiertos lanzó al aire un sonoro GRACIAS. Ese día de acostumbrado retiro para él, solo quería acompañar a quien tanta compañía, a cambio de nada y con su silencio, le había brindado en los últimos años. 

Un repentino viento agitó las hojas de los árboles y onduló las calmadas aguas de la badina.   





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