martes, 7 de abril de 2015

00043 Agüero

A LOS PIES DE UNOS MALLOS

Puede que no sea uno de los pueblos más atractivos de la provincia de Huesca y que por eso se escape de los elogios de las guías turísticas al uso. Por Agüero no se pasa, hay que ir. Es un pueblo que cae a desmano. Y puede que sea ese uno de sus encantos.

Es un pueblo de postal navideña guardado en las montañas pre pirenaicas con unos mallos que lo amparan. Conforme te acercas por la casi solitaria carretera, presumes que algo mágico te aguarda. El núcleo urbano se va haciendo grande al recorrer la distancia a la par que pequeño por las moles de roca que la acompañan. Dejado el vehículo solo queda dejarte llevar, pasear y admirar. Dejarte llevar por la admiración hacia sus gentes, pasear por sus estrechas y empinadas calles y admirar la quietud del momento envuelto en silencio ocasionalmente perturbado por los lejanos sonidos que emiten los inquietos buitres. Todo es plácido y armonioso.

La primera vez que visité Agüero lo hice atraído por el verbo expuesto de la que fuera su alcaldesa, Lourdes Nasarre. El cariño, el afán y la entrega con la que hablaba de su pueblo eran un reclamo inusual. Y lo cierto es que no defraudó. Eran tiempos de los llamados de "bonanza". La localidad se reconstruía sobre sí misma y todo era poco para embellecer y poner en valor el lugar. Los esfuerzos y desvelos no serían baldíos. En una reciente visita me acordé de alguna de las conversaciones mantenidas y su empeño por sumar habitantes. Acudí a la panadería pero estaba cerrada. Era domingo. ¡Qué lástima! Dirigí mis pasos hacia el bar y pregunté, precisamente, por el horario del horno de pan. La respuesta, en triste semblante, fue: "La han cerrado. Nos hemos quedado sin panadería". ¡Qué pena! El cierre de un negocio nunca es una buena noticia, pero el de una panadería en una pequeña localidad se me antoja doble infortunio. Aunque no sea este el caso, siempre he pensado que las panaderías son un buen termómetro para saber de la salud de un pueblo. Mi interlocutora me dijo que en invierno apenas viven ciento cincuenta personas, si bien durante los fines de semana, y por supuesto, en verano, la población aumenta considerablemente.











Al especial encanto de Agüero hay que sumar sin duda alguna, la Iglesia románica-gótica de San Salvador con la entrada de una cripta del siglo XVII, convertida en museo parroquial y la Iglesia de Santiago, declarada Monumento Nacional. Merece ser visitado también el Museo del Órgano, ubicado en la Casa Abadía, y único conocido en todo el mundo. El centro está organizado en cuatro salas donde se muestran objetos y piezas únicas de distintos órganos antiguos, -tubos, teclas talladas en madera de boj o marfil, válvulas, tiradores, etc...-.

Muy recomendable,  y que traeré a este "caleidoscopio vital" cuando encuentre las fotografías, son sus recuperados carnavales D´as Mascaretas. Otra inesperada preciosidad.

Ya solo nos queda, con todo el día por delante, recorrer su entorno natural con los sentidos en plena forma. Otro espectáculo para poner el acento en tan especial y sensorial emplazamiento como es Agüero.

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