martes, 7 de mayo de 2024

01334 Pintar Piedras

 PÉTREOS LIENZOS


Me gusta la pintura y pintar. He estado unos años sin coger un pincel, por cuestiones que no vienen al caso. Demasiado tiempo sin tener un pincel entre mis dedos y disfrutar del olor que despide la pintura para óleo. Durante ese tiempo inactivo de pintura, tentaciones tenía de retomar esta afición, pero al final, no acababa por decidirme.

Fue el verano pasado, cuando me habilité una mesa y un asiento bajo un árbol del huerto. Recuperé y limpié los pinceles, saqué las pinturas de una caja donde estaban guardadas e incluso retomé algunos lienzos que tenía sin terminar de pintar. Cuando mis ocupaciones hortícolas me lo permitían, dejaba la azada a un lado y me ponía a pintar como si no hubiese un mañana.

Acabé de pintar esos lienzos, además de unos encargos que me había pedido mi hija Loreto, y se acabó lo que se daba. Lo lógico habría sido, una vez retomada la afición, comprar más lienzos y continuar con ella. Pero no. No fue así. 

De mi época fructífera de pintura, tengo cuadros apilados que no encuentran pared donde ser colgados. Y eso, que algunos he ido regalando. Lo que no me apetecía era seguir almacenando óleos. Así, que me decanté por pintar en tela sin bastidor. Acabados, no ocupan lugar y cumplen a la perfección con su función terapéutica. De esa guisa llegué a pintar media docena de óleos, todos marinas.

Un buen día, de esos de limpieza a fondo del huerto de hierbas y piedras, me topé con una piedra muy curiosa en su forma. La cogí entre mis manos y pensé, "¿y por qué no pintar piedras?". No hay que hacer inversión alguna, terminadas no ocupan lugar y puede ser igualmente entretenido. Deposité la piedra sobre la mesa bajo el árbol y me dispuse a buscar más piedras por el huerto y alrededores. Me hice con unas cuantas y comencé a plasmar minimalistas imágenes vacacionales que me han venido acompañando en las últimas tres décadas. Me resultó muy entretenido y divertido. Pintaba las piedras como el que hace churros. En un día podía pintar hasta media docena de ellas. Me enganché de tal manera, que hasta el huerto, creo, tuvo celos de ellas.

Se acabó el verano, llegó el frío y tuve que dejar de pintar al aire libre. Las piedras que pinté, algunas las regalé a los amigos que me las pidieron. El resto, están en un cajón a la espera de un nuevo destino. Y yo, esperando a que llegue el buen tiempo para volver al huerto, a la mesa, a los pinceles, a las pinturas y a recoger piedras para improvisar pétreos lienzos. 





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