lunes, 15 de junio de 2020

00917 Llegaron para Quedarse

DE LA NADA AL TODO


No recuerdo cuando comencé a aceptarlas en mi dieta. Sí, en cambio, me acuerdo con todo lujo de detalles, la desdicha que me producía cuando había acelgas para comer. Detestaba su olor, inconfundible nada más abrir la puerta de casa; su textura, me daba la impresión de estar comiendo hierba; y hasta su sabor, se me antojaba que así debía saber el abono para plantas. En fin, esta humilde verdura reunía todos los requisitos para hacer de su ingesta todo un sacrificio y penar.

Desgana y desilusión se daban la mano para unirse a una efusiva protesta cada vez que tenía delante de mí un plato de acelgas. ¨¿Otra vez acelgas?", farfullaba yo con desgana. ¨Hace dos semanas que no hacía", respondía mi madre. ¡Qué rápido parecía pasar el tiempo por aquellos días!

Como digo, no recuerdo con exactitud cuando las acelgas comenzaron a hacerme tilín. Puede que fuera en un momento de mi vida en la que tuve que dormir con ellas. No lo sé, pero puede. Me explicaré con brevedad.

A los dieciséis años tuve un accidente de moto, muy aparatoso, pero aparentemente sin graves consecuencias, salvo que mi pierna izquierda ya no sería la misma. Dos años anduve entre pruebas clínicas para averiguar qué le sucedía a la rodilla que se hinchaba cada dos por tres, con esporádicos intensos dolores y pérdidas de equilibrio. Según me decían, "todo era fruto de mi cabeza". Seguí jugando a baloncesto hasta que en una ocasión, en una de mis múltiples caídas, se me puso la rodilla como un globo. Cansado de visitas médicas, alguien me indicó que fuera a la curandera de Biscarrués. Y allí que fui acompañado de mi madre y su más íntima amiga. Acudí con la rodilla en un ángulo de cuarenta y cinco grados. La curandera, cuyo nombre no recuerdo, tras tocarme la rodilla me dijo: "Hijo mío, aquí tienes mucho mal y yo no te lo voy a poder curar. Lo único que puedo hacer es que puedas volver a casa caminando". Y así fue. Me hizo tomar una copa de cogñac, me agarré a los hombros de mi madre y su amiga, y la curandera comenzó a manipularme la rodilla. Unos doloridos lagrimones comenzaron a asomar por mis ojos. ¡Qué dolor! Y la curandera no dejaba de repetir, "Hijo mío, aquí tienes mucho mal". Después de un buen rato, muchos quejidos y varios cientos de lágrimas, mi pie izquierdo consiguió tocar el suelo y caminar. Me recetó unas friegas de jabón caliente, gloria bendita, y dormir con unas hojas de acelga atadas con un pañuelo a mi maltrecha y dolorida rodilla. Y por supuesto, acudir a un especialista pues "hijo mío, aquí tienes mucho mal".

El doctor Maestre, q.p.d,, sería finalmente quien diera con mi "mal" nada más ver mi enflaquecida pierna: rotura de menisco y de ligamentos cruzados. "Mañana a operar".

No recuerdo cuando las acelgas comenzaron a formar parte, sin reparos, de mi dieta. Lo único que sé, es que cuando así fue, llegaron para quedarse.








2 comentarios:

  1. Yo también tuve una mala relación con las acelgas de cría y por otra causa distinta a la tuya....también se quedaron en mi vida!

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    1. Independientemente de las particulares historias, lo cierto es que las acelgas son deliciosas

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