viernes, 20 de marzo de 2020

00908 La Iglesia de las Conchas

LA TOJA

Por más que mi memoria quiso traerme su recuerdo, no hubo manera. Aunque bien mirado, ese día todo fue nuevo para mí. La iglesia, el entorno, el paseo marítimo, los edificios, la isla entera. Calculo que habrían pasado unos cincuenta y cinco años cuando estuve con mis padres por última vez. Puede que incluso fuera el último viaje que hiciera con mi padre a Galicia antes de que falleciera. Siempre en agosto, en la semana de las fiestas de San Lorenzo, para visitar a mi hermana Gemma que por aquellos años vivía en Pontevedra.

Ahora volvía, después de largo tiempo, con mi familia y con el deseo de compartir con mis hijas los recuerdos de un niño que correteó por esas brisas y sus arenas. Pero por más que lo intenté, nada pude traer al presente de aquellos días de mi diminuta infancia. Ni recordaba la iglesia revestida de conchas que ahora tanto llamaba mi atención, ni las instalaciones, ni tan siquiera su olor a mar. En nuestra breve estancia apenas pude acceder a breves flashes de idas y venidas por la arena con los pies descalzos, a una alegría desmedida y a la felicidad de mis padres por verme feliz. Aún sigo empeñado en el intento de recuperar algún recuerdo, pero no hay forma. Cierro con fuerza los ojos y me parece adivinar a mi madre comprando un oloroso y oscuro jabón de manos y a mi padre aplacando el nerviosismo de un niño enfundado en un pantalón blanco y un niki de color beige que cuando se lo quitaba "daba garrampas". Poca cosa para unos años de tanta felicidad solapada por el tiempo.

La iglesia en cuestión, salvada mi perplejidad por el olvido, resultó curiosa a mis ojos. Toda ella se encuentra recubierta con conchas de vieiras y según la posición en la que se encuentre el sol, le confiere al edificio distintas tonalidades. La capilla se construyó en el siglo XIX con planta de cruz latina y nave única.  Estuvo dedicada a San Sebastián, pero tras una reforma, se colocó como imagen principal a la Virgen del Carmen. Aquí se da culto a San Caralampio, mártir del siglo III.

Existe una costumbre, que no una tradición, en la que los visitantes escriben en las conchas su nombre y la fecha para dejar constancia de su visita. Huelga decir que apenas quedan conchas a una altura razonable donde dejar firma y fecha. Huelga decir también, que aún encontrando vieira en blanco, ni se me pasó por la cabeza dejar grafía alguna. Me parece todo un atentado.

Estuve durante mucho tiempo mirando la iglesia, ermita, capilla desde diversos ángulos,  a cada cual más curioso y relajante. En la despedida de la isla de A Toxa mi última mirada fue para su fisonomía. Mi pensamiento le dijo, "a no ser que me lo impida la enfermedad del olvido, difícil será que no recuerde ya tu imagen nacarada entre brisas y aromas de dulce atardecer".














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