SIN PRISAS
La primera vez que se lo vi cocinar invertimos buena parte de la mañana en la cocina. Fue un sábado sin prisas, de disfrute y de mucha conversación en torno, ya no solo al guiso del pequeño mamífero, sino a otras especialidades gastronómicas que conformarían a la postre una prometedora y copiosa comida. Como a él le gustaba obsequiar.
La mañana se llenó de gratos aromas, pero sobre todos ellos prevaleció el que desprendía la cazuela que contenía el conejo con ajos. Un olor inconfundible, grato, de los que destilan seguridad. Mientras la carne iba tomando un atractivo y dirigido color dorado en la quietud de la cazuela, solo alterada por pequeños movimientos que Toño practicaba de vez en cuando asiendo las asas del recipiente, nos despachamos una buena conversación, cuyo contenido intrascendente pero ameno, mojamos con un caldo de Ramón Bilbao.
El guiso resultó delicioso, de los de chuparse los dedos. Y nunca mejor dicho, pues es obligado comerlo y saborearlo con los dedos, que se pringuen hasta que cueste separarlos. Y despacio, como su elaboración. La cocina es recuerdo sí, y hoy con este conejo al ajillo de Toño, el recuerdo se torna añoranza.
Ingredientes: 1 conejo cortad a pequeños trozos, 2 cabezas de ajos, 1 vaso de vino blanco, aceite de oliva virgen extra y sal.
Elaboración: Freír a fuego muy suave los trozos de conejo en media docena de cucharadas de aceite de oliva virgen extra. Cuando la carne comience a coger color, la sacamos del fuego y reservamos. En el mismo aceite de freír el conejo incorporamos pelados los dientes de ajo de dos cabezas. Sofreír a fuego también muy suave. Cuando los dientes de ajo comiencen a dorarse, incorporamos las piezas de conejo que tenemos reservadas y sofreímos durante unos 15 minutos, siempre a fuego muy suave. Transcurrido este tiempo, incorporamos el vaso de vino y dejamos cocinar a fuego suave hasta que se evapore todo el líquido. Este proceso nos puede llevar una media hora. Servir caliente.
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