miércoles, 23 de febrero de 2022

00936 Los Nísperos

DE AÑO EN AÑO



Siempre hay una primera vez para todo. Pasaron algunos años desde que tuviera conocimiento de su existencia hasta que llegué a probar su peculiar e inequívoco sabor. Por aquellos años, hace de esto algunas décadas ya, no era muy habitual encontrarlos en las fruterías y si en alguna ocasión se exhibían, no conseguían atraer  mi atención. Puede que hasta los despreciara; tontunas e incomprensión derivadas del desconocimiento.

En cierta ocasión, quien acompaña mis días desde hace cerca de treinta años, en pleno periodo de noviazgo,  me obsequió con una pequeña bolsa repleta de ellos. Me dijo que eran del huerto de su padre. Así llegaron a mi vida. Reconozco que no me hicieron mucha gracia. Los encontré un tanto ácidos. A mí me gusta la fruta muy dulce. Pero me los comí todos. Acostumbro a ser agradecido.

Pasaron los años. Contrajimos matrimonio, llegaron mis dos hijas y con ellas, plácidos días en el huerto del abuelo. Y allí que estaba el frondoso níspero ornamentando una tierra llena de vida. Pero no fue hasta que a la pequeña Jara le llamaran la atención los diminutos frutos anaranjados, que yo también mostrara interés por ellos. En tiempo de recolección del fruto, antes de regresar de nuevo a casa, "si se había portado bien", y así siempre era, nos acercábamos al níspero y cogíamos los frutos más maduros para dar buena cuenta de ellos. Le divertía pelarlos con los dedos. Era como cuando me quitaba a mí la piel después de prolongadas exhibiciones al sol. Nos podíamos comer una decena de ellos cada uno en un abrir y cerrar de ojos. Y así, un día tras otro mientras había frutos en el árbol. Había que estar muy atentos pues la temporada del apreciado níspero es muy breve, de abril a mayo.

Este ritual se fue repitiendo durante varios años, no muchos. Ahora, ya no hay juegos ni risas infantiles en el huerto. Muchas cosas han cambiado desde aquel entonces, aunque el níspero sigue fiel a su compromiso con la vida sin pedir nada a cambio, ni tan siquiera un mínimo de atención y cuidado. Ahora, llegada la primavera, y como premio a mis días de pacífico laboreo en el huerto, antes de regresar a casa, me detengo en el frondoso árbol y me regalo media docena de carnosos y simpáticos frutos mientras rememoro aquellos días de entusiasmado encanto.








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