Y VAN VEINTIDÓS
Fue Gloria quien las trajo a la mesa. Allí me las encontré. No tenía ni la menor idea del menú. Mis días de huerto ocupan toda mi atención y prácticamente llego a mesa puesta. Después de pasear a Humphrey y de la obligada ducha para sacarme la tierra del cuerpo, me senté a la mesa y fue cuando aparecieron ante mis ojos unas pequeñas y doradas bolas aplastadas. No tenia la menor idea de qué se trataba. Pregunté y la respuesta fue: "pruébalo y averígualo tu mismo". Y así lo hice. El bocado no invitaba a confusión alguna. Estaba claro que se trataba de unas crujientes patatas rebozadas. ¡Qué cosa más rica y caprichosa! La primera porción la tomé tal cual, a pesar de estar acompañadas con una mayonesa rosa un poco picante. Las siguientes las unté en la salsa y ya fue una explosión de alegría y emoción. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la mano de la sencillez.
Después de saborear hasta la última porción, le pregunté a Gloria sobre su elaboración y me dijo algo así como "se pelan las patatas, se cortan como si fueras a hacer patatas fritas, pero más pequeñitas, se secan bien con un paño de cocina, se cogen pequeños puñaditos, se sazonan, se pasan por harina y huevo y se fríen en aceite de oliva bien caliente. Una vez fritas, se colocan, antes de servir, en papel absorbente de cocina". Todavía sigo con la boca abierta.
A la hora de listar esta entrada, me acabo de enterar que las patatas suman ya veintidós entradas, y las que faltan por llegar. Todo un mundo este de la patata.
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