lunes, 19 de mayo de 2025

01674 Aquellas Plantas Medicinales

 UN RECUERDO CON SONRISA


Todo tiene un antes y un después. Me lo ha vuelto a recordar esta imagen que me acabo de encontrar desarchivada entre mis miles de fotografías. Recuerdo perfectamente cuándo y dónde capturé la imagen. Su remembranza me ha traído una sonrisa.

Fue en nuestras vacaciones en Huelva, en la segunda quincena de agosto de 2018. Acabábamos de llegar al Nuevo Portil. Me encontraba fatal de salud. Dolor e hinchazón de estómago, náuseas, debilidad… El fin de mis días había llegado a término, pensé, una vez más. Soy bastante hipocondríaco, para que lo vamos a ocultar. Pasé la mañana con todas las que pude, comí como el que no come, me acosté con la esperanza de que se me pasaran todas las angustias, pero al levantarme me encontraba igual. Para airear mi cabeza nos dirigimos hacia la localidad de Cartaya. Paseando por sus aseadas calles, nos topamos con una tienda, una especia de ultramarinos. Recuerdo el establecimiento como si en ese lugar nacieran todos los olores y aromas. Había de todo. Y hasta hacían dulces caseros que llegamos a comprar. En concreto, unos tocinillos de cielo inolvidables.

El caso es que, aun sin yo tener muchas ganas, paseamos por entre las estanterías del establecimiento. Cuando digo que había de todo, es que había de todo. Aunque yo no me enteraba de nada. Solo me reconfortaban los aromas que se respiraban en el colmado. De repente, nos sorprendió un espacio repleto de botes con hojas de plantas, muchas de ellas desconocidas para mí, y de combinados de plantas para distintas dolencias y enfermedades. Me pareció un mundo fascinante al que nunca le había prestado atención.

¿Y si se encontraba en este lugar el remedio a mi precario estado de salud? Esperanzado, me acerqué hasta quien parecía el propietario del establecimiento. Le informé sobre mi malestar y le demandé algún remedio. Con una inusitada amabilidad y sonrisa en la boca, me interrogó si había acudido al médico. Le contesté que no tenía costumbre y menos, lejos de casa. Sin perder la sonrisa, apuntó que no hacía bien, pero que por lo que le había contado, pudiera ser que algo me hubiera sentado mal. Accedió a uno de los botes en el que se podía leer “Gases”. Sacó de su interior unas hojas secas y las depositó en una bolsa de plástico. Me dijo que me hiciera con ellas una infusión antes de acostarme y que, si no había algún mal de consideración, al levantarme al día siguiente me encontraría como nuevo. Pregunté por el contenido de la bolsa y empezó a enumerar un montón de plantas. De todas, solo recuerdo dos: manzanilla y anís estrellado. Y me acuerdo porque me informó de que estos dos ingredientes, además de hacer su beneficiosa labor, le daban a la mezcla un sabor agradable.

Cuando regresamos a casa me seguía encontrando fatal. Me agarré a la infusión como a un clavo ardiendo y con la esperanza de que me devolviera a la vida. Me dormí y, tal y como me hizo observar el amable tendero, me desperté “como nuevo”. Todos los síntomas que presentaba el día anterior me habían desaparecido. Esa misma tarde, acudimos de nuevo a Cartaya para mostrarle mi agradecimiento y hacernos con una buena provisión de plantas, además de adquirir los anteriormente mencionados tocinitos de cielo caseros, buenos hasta decir basta.

De este acontecido han pasado casi diez años y todavía hoy, cuando no tengo el cuerpo para fiestas, acudo a las plantas medicinales que, en Cartaya, en una atractiva tienda de ultramarinos, cuyo nombre no alcanzo a recordar, me devolvieron a la vida.


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