martes, 4 de agosto de 2020

00922 El Refresco de Sandía

AQUÍ NO SE DESAPROVECHA NADA


El pasado verano me atreví a plantar sandías en el huerto. Digo "atrever" porque tras una experiencia en la que planté melones y me aparecieron calabazas, sí calabazas, una larga historia imposible de explicar, le cogí bastante respeto al asunto. Igual plantaba sandías y recogía vaya usted a saber qué.

Las plantas crecieron con rapidez y no tardaron mucho tiempo en asomar sus flores. Ver crecer día a día tanto la planta como sus frutos se convirtió en todo un espectáculo. Coseché diez sandías, deliciosas sandías, que pesaron entre 7,800 y 17,500 kilos. Digo yo que el huerto debió pensar que a hortelano novato, sandía gorda. La de diecisiete kilos y medio viajó hasta Bilbao para acabar su periplo en Vitoria. Estaba francamente de diez.

Cuando pensaba que todo había acabado ya, las plantas me sorprendieron con una segunda floración. Me las prometí muy felices, pero nada más lejos de la realidad. El resultado no fue tan festivo como en la floración anterior. En esta ocasión cogí 15 sandías con pesos entre 3,000  y 5,800 kilos. Veo en mis apuntes que solo cuatro de ellas se pudieron llegar a comer; el resto, me las bebí.

Abrir cada una de los rojos frutos era intrigante. ¿Se podrá comer? ¿Habrá que tirarla a la basura?Y fue entonces cuando recordé una de las máximas de mi madre, "en esta casa no se tira comida a la basura". Así es que cuando abría una sandía a la que no había por donde hincarle el diente, me preparaba un brebaje que ayudó a refrescar mis calurosas mañanas de agosto en el huerto y que no estaba nada mal. Cortaba la sandía, la liberaba de pepitas y la introducía en la batidora eléctrica. Una vez bien triturada, le añadía unas cucharadas de miel y el zumo de un limón. El resultado lo envasaba en una botella que luego dejaba en el frigorífico hasta el día siguiente y que sacaba minutos antes de volver al huerto donde daba buena cuenta de ella. El líquido entraba por el gaznate suave y magistralmente. Gracias a la miel, la sandía recuperaba algo de su sabor para mi deleite, además de aplacar mi sed.

Este año he vuelto a plantar sandías. Desconozco cómo saldrán. Pero lo tengo claro. Si están para comer, las comeremos, y si no, volveré a preparar un brebaje, porque "aquí no se desaprovecha nada".








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