martes, 29 de mayo de 2018

00704 El Tomate con Ajo

ACEITE Y SAL

Esta entrada viene un tanto reivindicativa. Cuántas veces no habremos escuchado e incluso pronunciado, "nada, cualquier cosa. Un tomate abierto y poco más". No, no, no, nada de llamar a uno de los reyes de la huerta "cualquier cosa". A la pregunta de ¿qué te apetece para comer o cenar?, hay que responder, cuando se carece de apetito, "una gran cosa. Un tomate abierto y como un señor o señora".

Y es que el tomate es una gran cosa. Solo o con algún acompañamiento que no le haga mucha sombra, me parece algo celestial. Sí, ya sé lo que estarás pensando. Efectivamente, no vale cualquier tomate. Hay que tomarlo en temporada y criado en buena huerta. Que sepa y huela a tomate de aromática tomatera. Esos, esos son los que dejan huella. En su punto de color y maduración, que se sienta en la boca y la llene de sabor y frescura.

Un buen tomate salpicado de fino ajo, justo de sal y un buen chorro de oro líquido. No se puede pedir más. Bueno sí, ya puestos a pedir, con una buena hogaza de pan para acabar de disfrutar. Ahora sí que no se puede pedir más.

Y digo todo esto, cuando en mi época de infante, no lo podía ni ver. Un tomate en la mesa era la peor de mis pesadillas hasta que un día mi padre confundió la sal por el azúcar. ¡Qué cosa más buena! Estuve durante muchos años comiendo el tomate con azúcar hasta que en una ocasión mi cuñado Enrique, a quien, como ya he dejado escrito, debo mi paladar y eliminó la frase  "esto no me gusta" en materia culinaria, me dijo: "Fernando, vale ya de tonterías". En ese momento, pasó el tomate a ser una de mis muchas debilidades gastronómicas. Tanta es mi afición hacia este fruto que siempre que tengo oportunidad, escasas ahora oportunidades, me los como arrancados de la tomatera, tal cual, en su pura esencia. Me resulta suculento y fascinante.

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