miércoles, 3 de enero de 2018

00607 Cazar Nubes

COMO UN TIC

Me resulta curioso comprobar como en todas mis salidas al campo o cuando hago fotografías al aire libre, entre las imágenes, de forma salpicada, aparecen nubes. No sé el motivo de tal práctica. Será porque me gustan sus formas, los contrastes que ofrecen, su fragilidad o su espontaneidad. No hay nada premeditado. Simplemente, desvío mi atención sobre mi cabeza y zas, nube que cazo e introduzco en mi variopinto zurrón de imágenes.

Estas que acompañan el texto las cacé en la hermosa y enigmática sierra de Jubierre, en mis queridos Monegros. Quiero decir con esto, que aún siendo el paraje y su paisaje espectacular y lleno de encanto, además de ser totalmente nuevo para mí, no sé el motivo que me hizo subir la mirada para detenerme por unos segundos en las nubes que en ese momento ilustraban el cielo. Es como un tic, sin llegar a ser obsesivo, pero un tic. Y resulta más curioso todavía observar que en los lienzos que pinto, siempre paisajes, no aparece nube alguna. Siempre los cielos aparecen limpios. Si no fuese así, se podría decir que cazo nubes para luego trasladarlas a los paisajes. Pero no es mi caso. Me gustan las nubes pero no en mis paisajes. Como dijo aquel, que me compre quien me entienda.

Por cierto, al hilo de esta cuestión, acabo de enterarme de que existen los cazadores de nubes y no se trata de una frase poética. Cuenta la mitología inca que el dios Kon, quien pobló la tierra de seres humanos, castigó a sus descendientes por olvidar rendirle culto, con una sequía que transformó en desiertos las zonas costeras de Perú. Cuatro mil años después de que los incas comenzaran a ofrecerle los tributos exigidos por Kon para apaciguarlo y recibir la lluvia, los habitantes del imperio inca del siglo XXI, desde Perú hasta Chile, ahora no solo oran, sino que también cazan las nubes para saciar su sed, por lo menos en parte.

Los caza nubes, también llamados caza nieblas, son grandes mallas de plástico, de al menos seis metros por cuatro, capaces de captar las nubes de niebla arrastradas por el viento. Ante el impacto con la malla, la humedad se convierte en gotas de agua que, por gravedad, caen en un tubo dispuesto en la base y de ahí a un tanque conectado a una red para el suministro doméstico o a un sistema de irrigación. Un mecanismo sencillo pero eficaz, empleado también en otras regiones del mundo con características parecidas a las de la capital peruana, como en el desierto chileno de Atacama o en algunos países africanos.







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