martes, 30 de mayo de 2017

00484 El Ciclamen

PAN DE PUERCO


Ya he comentado en algún lugar de este lejano, intenso y socorrido blog, que muchas elaboraciones gastronómicas tienen, además de su propio nombre, la gracia de alguien a quien nos recuerda y que finalmente en el ámbito familiar, acabamos bautizándolo con nombre propio. Algo similar se me antoja con las plantas. Hay muchas que su presencia va íntimamente ligada a alguna persona querida o a algún lugar gratamente recordado. La planta que traigo aqui,  y no por casualidad, es una de ellas. Siempre que se cruza en mi camino un ciclamen, me acuerdo de mi hermana María Engracia. Los que ilustran estas líneas están para mí ya inmortalizados en la hermosa isla de Cerdeña, en un parterre cercano a la oficina de turismo de Portonovo.

Su simple visión me llevó a las ventanas de la casa de mi hermana en Barcelona donde seguro, unos como estos, estarían ya alegrando y dulcificando el duro paisaje urbano. De flor blanca, roja o combinadas, pero seguro que allí estarían para el también deleite del vecindario. Hubo un tiempo en el que cuando la planta despedía su ciclo vital, guardaba los bulbos que luego me hacía llegar para ser plantadas en mi terraza. Me parecía mágico ver brotar, primero la planta, y luego estiradas y orgullosas flores de apariencia sin igual. Cada flor tiene su propio lenguaje y en ocasiones, también sus propias atribuciones personales.

Leo que Plinio el viejo sostenía que si una persona cultivaba el ciclamen ya no podrían dañarle los filtros maléficos hechos contra ella. Estaba considerada como un amuleto. En cambio, para Teofrasto se trataba de una planta excitante sexual y que facilitaba la concepción. Esta planta, en el lenguaje de las flores, denota desconfianza y desaliento debido probablemente al hecho de que sus tubérculos son venenosos para el hombre pero no para los cerdos a los que, en cambio, les encantan y hasta son glotones de ellos. De aquí que también sea conocida esta planta como "pan de puerco".


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