martes, 28 de junio de 2016

00321 El Pollo a la Cerveza

UN DE REPENTE


Que me gusta y nos gusta, el pollo,  es una obviedad a tenor del esporádico protagonismo que viene adquiriendo en este blog. Versátil y fácil de adaptar a un buen número de propuestas gastronómicas, rara es la semana que no forme parte de nuestros domésticos menús.

Hace unos días compramos unos muslos y contra muslos ya partidos con la intención de hacer un guiso, en aquel momento sin definir. Cuando me dispuse a cocinarlos llevaba en mente hacerlos al ajillo. Sencillo y sin complicaciones ya que la mañana se me había, curiosamente,  complicado un poco. Salar y enharinar las piezas de carne y freír en aceite con abundante ajo hasta que quedaran bien crujientes y doraditas.

Al abrir el frigorífico para sacar la bandeja de pollo, observé la presencia de unas latas de cerveza. No es habitual que haya cervezas en casa. Me encanta la rubia bebida. Me chifla, pero no es menos cierto que, en los últimos años, he notado que me sienta fatal. La forma de no sucumbir a la tentación es carecer de ella. Recordé entonces que eran los restos de una reciente cena en casa con un amigo de mocedad al que no veíamos desde hacía unos cuantos lustros. Fue entonces,  al ver las latas de cerveza mientras con una mano sostenía la bandeja de pollo, cuando relacioné pollo y cerveza al amparo de mi hermana María Engracia.

Ya he comentado en alguna ocasión que mi memoria es selectiva, muy selectiva, cada vez más selectiva y tendente a quedarse sólo con agradables momentos. Me acordé en ese instante, como en tantos otros,  de mi hermana y madrina porque fue ella quien me enseñó la receta que después de los años intento imitar. Ahora lo apunto prácticamente todo, antes absolutamente nada. Antes se lo dejaba todo al quehacer de mi memoria, ahora no me fío de ella ni un pelo. El caso es que como sólo tenía de guía de la receta el recuerdo, elaboré el mencionado  pollo a la cerveza dejándome llevar por imágenes pretéritas. Salé y enhariné los trozos del ave antes de freírlos ligeramente en una sartén con un buen aceite de oliva. Hecha esta operación, los fui depositando en una cazuela y los cubrí de cerveza,  además de añadir una pastilla de caldo de carne. Esto último, lo de la pastilla, creo que me lo inventé con respecto a la receta original  fraterna. Dejé que comenzara a hervir y bajé el fuego. A partir de aquí, sólo fue cuestión de espera y que el chup, chup hiciera el resto.

Mientras la espera, comencé a recordar recetas aprendidas de mi hermana en felices encuentros: el pastel de berenjena con jamón y queso, el pollo con castañas, el refrescante pastel de atún y lechuga, los rollitos de jamón de york rellenos con champiñones y bechamel o de espárragos y bechamel, los pimientos rellenos de arroz, la corona de costillas de ternasco, las berenjenas rellenas, sus exclusivas fabadas, sus pescados al minuto, sus orujos.... y suma y sigue. Comer en casa de mi hermana siempre es una fiesta de atenciones, sabores, colores, detalles y sorpresas que se aúnan para un mismo fin: agradar. También aquí nada es azar, todo tiene un porqué donde radica su especial atractivo. María Engracia, Machacha para mí, es una excelente, inquieta y curiosa cocinera aunque ella, desde su humildad, no lo quiera reconocer así.

El pollo a la cerveza parece ya estar listo. Lo acompañaré con arroz blanco hervido y  empapado en la salsa. A Loreto y Jara, viviendo de su tía María Engracia, seguro que les encanta.














lunes, 27 de junio de 2016

00320 Santa Eulalia la Mayor

SILENTE PAISAJE


Es de las últimas localidades de la hermosa y sugerente Sierra de Guara que me faltaba por pasear y dejar así también saciada mi curiosidad. En numerosas ocasiones había oído hablar del lugar, de sus hermosas vistas panorámicas hacia la sierra,  el Somontano y la Hoya de Huesca, de su micro clima y de su torre vigía, amén de otras curiosidades que no vienen al caso.

La mañana es clara, luminosa y sin excesivo calor. Es mediodía en el momento que  aparco el coche a la entrada del pueblo. Cuando no se conoce el lugar es lo más práctico y lo más aconsejable para no tentar a posibles torpezas. No había visto ni tan siquiera una fotografía de esta población que se sitúa en un extremo de la sierra de Gabardiella y que está  flanqueada por dos ríos; el Guatizalema por la derecha y el Flumen a su izquierda.

Los primeros edificios que llaman mi atención nada más comenzar el pausado paseo son de sólida construcción con grandes portalones adovelados. Como suele suceder en estos casos, hasta el punto de convertirse en una reiteración, el silencio se convierte en un paseante compañero más. En algún sitio leí que Santa Eulalia la Mayor llegó a superar los 500 habitantes a principios del siglo pasado. En la actualidad, y según el censo de 2013, la población se cifra en 41 personas.

Una calle de ligera cuesta invita a subir. La admiración se convierte en asombro y pesadumbre al observar el deteriorado estado que presenta la fachada de  la iglesia parroquial de San Pedro; un edificio de sillería y ladrillo construido en el siglo XVII. El ascenso a la parte más alta de la localidad se hace amable y entretenido entre la curiosidad por sus casas y las espectaculares vistas a unos campos revestidos de un verde intenso en perfecto contraste con un azul desbordante que se deja caer a plomo sobre sorprendentes y audaces panorámicas.

Lo mejor y más hermoso está por llegar. Arriba del todo,  tras las últimas casas y de camino a la torre vigía. Unos excursionistas ingieren los últimos restos de su comida. Buenas tardes, bonjour. Son las primeras palabras que pronuncio y escucho  tras una hora y media de estancia en un lugar de singular encanto. Unas decenas de metros más para alcanzar la torre que en su día hizo las veces de vigía. Unas decenas de metros más para sentirme por unos minutos dueño y señor de una tierra hermosa y para mí prestada. Un giro de 360 grados para hacer acopio de reflexiones y plegarias mientras el paisaje se exhibe indiferente ante cualquier mirada. Se está bien. Desde aquí, la pequeña localidad se torna más bella y luminosa. Se me antoja como un recortable de papel. Si así fuera, me lo llevaría a casa.

Es hora de volver a la realidad. El regreso hasta el coche es ligero, como en volandas. Me despido de Santa Eulalia la Mayor con un atractivo olor a brasa y un jacinto blanco entre unas  hierbas inclinándose a mi paso.
















domingo, 26 de junio de 2016

00319 Las Petunias

LA FLOR DEL SOL Y DE LA LUZ


Poco a poco me he ido despidiendo de los pensamientos que tan buenos momentos me han regalado. Sólo me quedan ya dos macetas con restos de flores amarillas y blancas. Supongo que no pasará de esta próxima semana que serán sólo, y será bastante, un agradable recuerdo.

El relevo florido en la terraza lo han tomado las petunias y una surfinia de color violeta, un híbrido de las primeras. Me gusta la forma acampanada de su flor y su limpio color. Pero si hay algo que me atrae más todavía es su olor, que llegada la noche se hace dulce e intenso. Un olor, como tantos otros, que me transportan a los balcones en verano de mi casa materna. A las noches estivales en los que el balcón se convertía en un improvisado patio, a veces incluso con silla de anea, donde tomar la fresca. Era entonces cuando las aromáticas flores inundaban el ambiente con un dulzor especial y  reconocido para el restos de los días.

A la petunia hay quien la denomina la flor del sol y de la luz. Me parece muy acertada la abstracción. No obstante, para mí es la flor del silencio y de la noche queda e intransitada. Así la he reconocido e identificado siempre. También ahora, aunque en este nuevo escenario la fragancia de las petunias compitan con otros aromas que trepan desde un verde parque y de floridos vecinos balcones. También los sonidos ahora son distintos, menos silenciosos,  menos quedos, visiblemente más transitados.

Del blanco al violeta pasando por el rojo y el rosa son los colores que ahora festejan mis mañanas al sol, los cafés vespertinos y mis miradas perdidas hacia una ciudad dormida. Dicen de las petunias que aportan "aplomo e inspiración para tomar decisiones". Yo sólo les puedo decir,  tras una alegre bienvenida,  que "os auguro trabajo".

















sábado, 25 de junio de 2016

00318 Escuchar Imágenes

MUDAS PALABRAS


No siempre puedo escucharlas. Muchas veces ni siquiera las oigo. Supongo que,  como en tantas otras cosas,  tiene que haber predisposición, un momento de apego, una íntima cercanía. Hoy debe de ser uno de esos días y tengo que aprovecharlo.

Ha sido sin yo querer. Revisando archivos fotográficos en busca de una nueva historia que contar y sumar así una cosa más a esas supuestas diez mil que me gustan. Varias sugerencias,  pero todas tienen algún dobladillo descosido por donde se pueden escapar sentimientos que no son aquí bien recibidos. A punto de desistir he abierto un archivo que lleva por simple título, "Blackberry". Ni me acordaba de su existencia. Veo que son imágenes capturadas con el teléfono de mi otra vida. Muestran  instantes felices y festivos que luego han resultado traer grandes falacias. Aquí no hay dobladillos descosidos sino grandes rotos difíciles ya de remendar. He querido irme de esos recuerdos olvidados pero ha sido más fuerte mi curiosidad que el propio deseo de abandono. No me arrepiento a pesar del atisbo de abatimiento. Al final, cuando parecía asomar el dolor, una imagen con un mar de fondo ha llamado mi atención. Después otra de un richuelo y también la de un almendro en flor. Ha sido entonces cuando he empezado a escuchar el sonido de las imágenes.

Cada una me hablado de su razón. Una, del silencio de una tarde en busca del perdón. De la quietud de las horas sin reloj y de una brisa esperanzada por llegar a un puerto donde descansar antes de que el farolero salpique de luces el lugar. Otra me cuenta amores que están todavía por llegar al amparo de una duna y como único testigo el mar. Otra más no dice nada, sólo se deja escuchar entre trinos, asombros y cabriolas de una eterna juventud. Y una más a la que apenas oigo su susurrar. Es estrecho el cauce y apenas baja caudal. No hay tiempo para más. Alguien viene por el camino. Escucho el crujir de su pisar.




jueves, 23 de junio de 2016

00317 Las Borrajas con Jamón

OTRA PROBATINA


Puede que algunos de los que lean esta entrada se "escandalicen" o me pongan a caer de un burro por tamaño atropello. Todo venga por aquí. Ya he trasladado hasta este blog mi gusto tanto por las borrajas como por el jamón. También he comentado que como más me emocionan las borrajas son hervidas con patata y ajo frito. Así, sin más. Una auténtica delicia. No obstante, entiendo que la borraja, al igual que otras verduras,  no le hace ascos a otros compañeros de viaje. En este caleidoscopio vital ya he anticipado alguna que otra mezcla; con bacalao o con cantarelus, si mal no recuerdo.

Soy de los convencidos de que en esta vida nada ocurre por azar. Hace unos días llegó a casa un jamón, un hermoso jamón, de la mano de Jara. ¡Qué cara de satisfacción portaba cuando depositó la flamante pieza sobre la mesa de la cocina! Lo ganó en un concurso y contra todo pronóstico. No es pose ni nada que se le parezca, pero si tuviera que elegir entre el jamón y el semblante de Jara, me quedo con la segunda propuesta. Hay momentos y situaciones, pequeñas, muy pequeñas, que no tienen precio ni albergan discusión alguna. Esta es una de ellas.

El caso es que el jamón está en casa, comienza a hacer calor y hay que dar rápida salida a la pata de gorrino. Los honores del empiece del jamón, como no podía ser de otra manera, corrieron a cargo de la ganadora. Fue Jara quien le dio el visto bueno. El primer envite lo hicimos con el agradecido y popular pan con tomate mientras veíamos la derrota de España frente a Croacia en el Europeo de Francia; una mala tarde que nos dejó, no obstante,  un buen sabor de boca. Sería al día siguiente cuando aproveché la presencia en el frigorífico de unas borrajas ya limpias y aseadas para hacer la combinación. En un principio estaba previsto elaborarlas con su ajito frito, pero al ver el jamón sobre la mesa de la cocina, cambié de rumbo. Sólo era cambiar el ajo por el jamón cortado a tiras y pasado por la sartén. El resultado huelga decir,  que cumplió todas las expectativas. Por poner un pero, quizás el exceso de jamón. Y es que me vine arriba cortando. Otro día prometo ser más comedido.




miércoles, 22 de junio de 2016

00316 El Estanque del Parque

LA RAZÓN SE IMPONE


¡Qué curioso! Y pensar que cuando lo construyeron no me cayó nada simpático. Para conseguir su acomodo, vi caer los árboles que en tiempos fueron testigos de mis correrías. Constaté día a día cómo el cemento se iba adueñando de una zona casi prohibida,  de misterio y cobijo de secretos inconfesados. No me gustaba nada. Me parecía un capricho desmedido, una obra más de tantas sin sentido.

Mientras las máquinas hacían su trabajo, yo miraba con desprecio un solar inmenso de tierra removida carente de alma. No se hablaba en el barrio de otra cosa. Los demonios corrían por dentro. Creo que nunca oí tantas veces las palabras horror y barbaridad. Hasta puede que yo también hiciese acopio de ellas.

Un buen día, no sé cuando, comencé a prestarle atención y a mirarlo con otros ojos. Sólo era un estanque, unos caminos y unos árboles que querían hacerse mayor. Y llegó su primera primavera. Empezó a llegar a gente; en grupos y en soledad. Comenzó a llegar vida, palabras, risas y alegría. Poco a poco me fui acostumbrando a un espacio no querido. Aprendí de sus pautas y de sus horas que no eran las mías. Aprendieron mis ojos a ver luz donde antes hubo umbría. Aprendí una lección que ahora siempre repito: todo requiere su tiempo para poder llegar a valorar las cosas. Lo mismo ocurre con las personas.

Quien lo diría estanque del parque, amigo ahora. Quien me diría que te convertirías en la a y la z de mis noches con sus días. Cuánto sabemos ahora el uno del otro. Tu, porque te hablo; yo, porque te escucho. El tiempo pasa y la razón se impone. Y mientras tu y yo hablamos, los árboles se nos están haciendo mayores.

martes, 21 de junio de 2016

00315 La Ensalada de Ventresca de Atún

LIGERA, RÁPIDA Y SABROSA


Es tiempo de ensaladas y de dejar volar la imaginación para combinar colores y sabores. A partir de ahora, raro será el día que no nos acompañe a la mesa una refrescante ensalada. Muchas serán ya viejas conocidas, otras serán fruto de la improvisación y para dar salida a algún alimento que se ha quedado descuidado en el congelador o en la despensa. Será entretenido a la par que divertido.

Hoy la cosa es sencilla, demasiado simple. Pero por algo hay que empezar. Se trata de una ensalada de lechuga, pimientos del piquillo y ventresca de atún asada en casa. Nos encanta la ventrasca. También a las niñas, poco tendentes a los animales que nadan.

Elaboración rápida y sencilla. Colocamos la ventresca en una fuente de horno. Sal al gusto y un poco de aceite. Sin más. Introducimos en el horno pre calentado a 180 grados por espacio de 15 minutos. Dependerá del tamaño de la pieza. De cualquier manera, es necesario controlar para que no nos quede seca. Una vez cocinada la dejamos enfriar. Ya en frío, vamos despegando las lajas de la ventresca, quitamos espinas y reservamos. De otra parte, freímos con ajo unos pimientos del piquillo; vuelta y vuelta. En el plato colocamos unas hojas de lechuga con  una pizca de sal y un poco de vinagre,  unas lajas de ventresca y los pimientos del piquillo, tibios, con su correspondiente ajo y el aceite sobrante de freír. Ya está. A partir de aquí, cualquier sugerencia o añadidura será bien recibida.

En las fotografías presento la versión más humilde, sin pimientos del piquillo. Sólo con el aceite y algunos ajos que sobraron de freír los pimientos ayer. No hay pimientos, sí el gustillo. Y tampoco está nada mal. Ligera, rápida elaboración y sabrosa.

lunes, 20 de junio de 2016

00314 La Flor de la Mano Tendida

EL DULZOR DE UN AUXILIO


No sé su nombre. Lo he buscado en mi resumida enciclopedia de plantas pero a su editor o expertos en la materia no les debió interesar cuando la confeccionaron. En Internet tampoco he sabido encontrar nada. No hay nada más inútil que buscar sin saber lo que buscas. En esto sí que soy experto. Sólo me queda ir con la fotografía a una floristería. Así lo haré cualquier día de estos. Acudir a quien sabe es lo más práctico.

Nunca la había visto hasta ahora. O si así fue, no me quedé con su fisonomía. Llegó a la terraza de casa esta primavera junto a otros bulbos también sin nombre, pero perfectamente reconocibles conforme fueron asomando su flor. Estas tardaron en salir. Un buen día, entre su follaje, empezaron a brotar unos finos tallos. Tenía curiosidad por saber de qué se trataba. Según se fueron sucediendo los amaneceres, en el final de los tallos aparecieron  acomodados unos pequeños brotes que acabarían siendo unas hermosas y aromáticas flores. Hasta que se abrieron a la vida, y en mi expectación,  se me antojaron como manos abiertas y tendidas. Quizás porque hoy son muy pocas las manos que se abren y acercan, así quise verlas en esta desconocida flor. Parecían sugerírmelo en el secreto lenguaje de las flores.

En días sucesivos me aferré a ellas en ilusionada fantasía. Cómo no hacerlo cuando las ausencias se tornan en  incómodas compañeras de fatigas. Imaginé manos de desinteresado auxilio, cuencos dónde abandonar la pesada carga de los días marchitos. Me acostumbré a su proyecto de vida como quien se acostumbra al pasar de los días.

Y llegó el momento en el que los diminutos capullos se convirtieron en flor. Las manos dijeron adiós para dejar blancas trompetas perfumadas con olor a limpio y frescor. Ya no hay manos, es cierto. Hay dulzor de un auxilio que entendió de un pesar y un dolor.






jueves, 16 de junio de 2016

00313 La Luz Reposada

DESNUDA Y REPOSADA


La luz también busca su placentero cobijo. Como el ave errante, como la fantasía, como el perfume en el recuerdo, también la luz se refugia tras el trasiego del día. Nunca sabré si es cansancio o despedida. Demasiado embeleso para los acertijos a destiempo.

Suave y sosegada descansa hoy sobre el sendero, en la azotea, en la copa de un árbol desarmado, en el banco de un parque ahora solitario. Mañana lo hará sobre un mar plateado de calma, en el olvido de un campanario de algún lugar con alma o en la sierra azulada por la distancia. Cualquier hogar es posible si las puertas están abiertas a esa luz que sólo pide una pasajera morada.

Será apenas un suspiro, una leve caricia de terciopelo, un beso con sabor a silencio. Será un descanso reposado donde dormir los sueños despiertos, esos que no hacen daño. Sólo es luz, luz desnuda y reposada.