domingo, 19 de abril de 2015

00051 Los Domingos

DÍAS DE CONTRASTES

Despertares de bostezo imprevisto con olor a moussel y sabor a tostada almibarada. Días de lontananza, de bañera colmada para colmar y calmar deseos. De rulos y batas de estar por casa. Mañanas perdidas para quizás encontrarse con las tardes. Y si la ocasión lo requiere, días para hacer de todo o nada.

Domingos para espíritus inquietos, para pies ávidos de jugueteos y ojos inquietos por coleccionar imágenes. Domingos de lectura pausada en la quietud de la casa. Sin más. Y si hay algo más, escasamente se escucha, apenas se percibe.


Días de parque infantil, de columpio recuperado, de migas de pan, de ir de la mano. Días de ensaladilla rusa y pechuga empanada a la orilla de un río, junto a una fuente o al cobijo de un árbol vestido. Días de paseos solitarios, sin rumbo y sin metas. De olor a brasa y vino viejo. Es domingo.

Es domingo para el aperitivo improvisado, para el amigo encontrado, para los pasos perdidos y el coche encerrado. También para él es domingo.


El sonido es distinto, suena a lento, a casi tardío. Hasta el gesto es otro, hasta los gestos son diferentes. Y las actitudes, y los hechos.

Hoy la cocina no se siente sola. Los fuegos y el horno brillan con luz propia. La mesa tampoco se abate sola. Hoy se siente protagonista de apetitos y halagos. Huele a puchero y  asado.

El domingo sabe a limpio, a balcón abierto. Día de mucho si es fastidiado y de poco si ha sido agradecido. Día de guardar y romper, de esparcir y recoger. De airear recuerdos y silenciar olvidos. 

Un domingo es un cuadro inacabado, el párrafo encontrado que le faltaba al verso, el atavío con el que recibir lo esperado, una página en blanco o dos si fuera necesario. Un domingo es el tranquilo café que despertó la mañana no recuerdo cuando.








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viernes, 17 de abril de 2015

00050 Las Tartas de Jara

HUMMMMM!

Postres y dulces los pruebo en contadas ocasiones. No doy un paso por ellos y tampoco les dedico pensamiento alguno. No es algo por lo que tenga debilidad. Me gusta la fruta pero fuera de lo establecido. Por lo que se refiere a los dulces, cuento con una seleccionada variedad para cuando necesito restaurar emociones. Ya irán apareciendo. Y en cuanto a las tartas, salvo las de cumpleaños, no recuerdo ir ex profeso a comprar una o llevarla de embajadora a un domicilio. Es más, en mi boda no hubo tarta. La cambiamos por empanadico. Pero cuando se trata de las tartas de Jara... Eso es otro cantar.

Jara va a cumplir 15 años. Es mi segundo retoño. En casa nos gusta la cocina y todo lo que tiene que ver con la gastronomía, si bien últimamente la tenemos un tanto abandonada. Ya se sabe, esto engorda, aquello también y lo siguiente para qué decir. El caso es que a Jara desde hace unos meses le ha entrado el gusanillo de trastear con el horno para especializarse en tartas y dulces. Y lo cierto es que no se le da nada mal. Estamos viendo la tele y de repente, se levanta para dirigirse hacia la cocina con un "me voy a hacer una tarta". Y yo la sigo. Me gusta contemplar cómo se desenvuelve entre cacharros.

Mientras Jara se prepara para la elaboración de una nueva aventura culinaria, yo me hago un café, me enciendo un pitillo, por cierto, que tengo que tengo que apartarlos a los dos de mi vida, y me siento para observarla y también, admirarla.

Es cuidadosa en la factura. "Mancho, limpio", se dice a media voz. Ahora huevos, azúcar. Enciendo el horno. ¿Queda papel? Ahora a montar claras. Todavía no están a punto de nieve. "Aunque no tenga buen aspecto, seguro que de sabor estará buena", me adelanta. Y prosigue con la elaboración. Y yo, ajeno a toda maniobra, la sigo mirando. Me gusta. Jara se sonríe entre la timidez y el incordio de verse observada. ¿Por qué me miras?, me pregunta. Me complace ver cómo trabajas, le digo. ¿Ya estará?, es su siguiente pregunta. No lo sé, yo solo estoy de espectador, le vuelvo a responder.



Puede parecer absurdo cuanto escribo, pero es que hay sentimientos y situaciones difíciles de describir y compartir. La veo feliz, delicada, entregada a una labor que seguro después complacerá. Y la miro y remiro. Hace cuatro años era una niña a la que implicaba en la cocina para que comiera tal o cual cosa. Hoy es una pequeña niña/mujer que se desenvuelve entre chocolates, azúcares y harinas como si lo hubiese hecho toda la vida. Y sobre todas las cosas, la veo feliz. Es mi gran satisfacción.

Su nueva recreación sale del horno. ¡Qué bien huele! ¡Qué pinta tiene! ¡Hummm, Jara, delicioso! Y Jara se sonríe. ¡Qué va a decir su padre! Pero es cierto, sus tartas son deliciosas, aunque yo no dé un paso por los dulces.












jueves, 16 de abril de 2015

00049 Impares

UNA SIMPLE MANÍA


Mi afición a lo impar creo que es de toda la vida. No recuerdo el momento concreto en el que nació mi querencia por el uno, tres, cinco, siete... Entiendo que forma parte de mi más que completo listado de manías y tics. Tampoco le doy más importancia.

Puestos a desvariar, mi apetencia por lo impar puede que viniera ya marcada por mi fecha de nacimiento; el 5 de septiembre  de 1957, bajo el signo de virgo, que también tiene su aquel. O porque durante muchos años viví en un portal sobre el que se leían, primero el 13 y más tarde, el número 11. Y por seguir elucubrando, el primer número de teléfono que me aprendí de memoria fue el 211331, a la sazón, los dígitos del teléfono de mi casa familiar.

Cuando me tallaron alcancé el 1,85 centímetros. Ahora, 1,83. ¿Dónde se quedó el 1,84 que ni me enteré?. En casa vivo con 3 mujeres. El número 3, junto con el cinco, son mis favoritos. En mis dos últimos trabajos permanecí 9 y 13 años respectivamente. Las matrículas de los coches que he tenido, sin yo buscarlo, han acabado en número impar. 

Si como galletas, tienen que ser en número impar. Si ingiero una, no me puede apetecer otra más; han de ser dos más para sumar tres.  Uno de mis platos predilectos en santos y cumpleaños son los canelones; terminantemente prohibido servirme cuatro. Sé lo que estás pensando, o tres o cinco. Si subo escaleras, de una en una o de tres en tres. Y así podría estar enumerando situaciones de lo más pintorescas, pero creo que será suficiente para dejar claro que me gusta todo lo impar. Una manía como otra cualquiera.


miércoles, 15 de abril de 2015

00048 La Empanada de Berberechos

SEÑAL DE GRATITUD


Luis Rubio era un madrileño castizo, buen conversador, amante de la música y maestro de bandurria al que conocí en Monzón. Fue a parar a estos lares altoaragoneses por motivos laborales y si bien sería pre jubilado, no quiso, a pesar de la insistencia de su mujer Luisa, cambiar de acostumbrado y cómodo paisaje. En Monzón se encontraba a gusto e incluso sus esporádicas escapadas a Madrid le daban pereza.




Le conocí por constancia y azar. De coincidir de extremo a extremo en la barra de un bar. Con el tiempo, y ya en confianza,  me llegó a confesar que hasta le caía mal. No reproduciré el vocablo empleado. A mí, en cambio, siempre me resultó un hombre singular y apetecible para conversar.

Hombre culto, ocurrente, locuaz y de sobrado tiempo para conocer la urbe que le adoptó fueron motivos más que suficientes para invitarle a colaborar en mi añorada Radio Monzón. ¡Qué hermosos y grandes momentos nos regaló! Y llegada la Navidad, inolvidables las veladas que pasábamos en su casa para preparar el villancico radiofónico con el que repasábamos los principales acontecimientos de la ciudad en el último año.


Con Luis, con Don Luis, como así le decíamos en su programa radiofónico diario, aprendí muchas cuitas de la vida, de la naturaleza humana o del devenir de los días.  Me enseñó, por ejemplo, que cuando se va de invitado a una casa "hay que llamar a la puerta con los pies". O lo que es lo mismo, que las manos tienen que presentarse siempre ocupadas como muestra de agradecimiento y cortesía.

Mi hermana Gemma, excepcional maestra entre los fogones, nos sorprendió hace ya algunos años con una empanada de berberechos. Simplemente, espectacular. Empanada que aprendí a elaborar y que se ha convertido en todo un clásico cuando visito algún domicilio como invitado, en reuniones gastronómicas o cuando quiero agradecer algo. Y cuando llamo a la puerta de mi destino y me veo con las manos ocupadas, me acuerdo de mi querido Don Luis Rubio. Y me sonrío. Y me alegro de haberle conocido. Se me aparece su desdentada sonrisa, su quitar importancia a las cosas, su maestría en el arte de la vida y su mirada de cómplice tertuliano. 

Hoy esta empanada de berberechos va por usted, Don Luis, Don Luis Rubio, por supuesto.

martes, 14 de abril de 2015

00047 Caminar

EJERCICIO PARA LOS SENTIDOS

La primavera viene con las zapatillas calzadas. Nuevas, relucientes. Y yo le acompaño de buen grado con mi calzado de antaño,  impregnado de polvos y barros, de arenas y sales. 

El caso es caminar. Caminar sin cansar, sin detener el paso, ralentizar la marcha si es preciso, pero nunca pararlo. El camino es un antojo para los pies inquietos y la mente despierta. Cuesta empezar, los inicios siempre son costosos. Cien, doscientos, trescientos metros... ¡Hola! ¡Hasta luego! ¡Adiós! o el silencio.

Los sentidos se acaban de enterar de que ellos también han empezado a caminar. Los pensamientos, sin embargo, siguen todavía entretenidos. El tenue sonido de un arroyo, una moto que equivocó su destino, una flor que marchitó antes de tiempo por un desvarío, el viento que se ausentó por otros avíos y la nada que se vislumbra allá, al final del recorrido. No hay que mirar hacia atrás. ¡Para qué! Si lo venturoso está por delante.

Los ojos no dan a basto. Ya no retienen de tanto pasar. Un conocido olor irrumpe de repente para transportar viejas nociones. No, no toca aquí. El sol ya no es amable, ya no es placentero, me dice la razón. Desoigo su advertencia, no quiero, todavía no, un cobijo.







Quiero concentrarme en ellos pero no puedo. Tampoco me reclaman.Todavía siguen entretenidos. Y cuento olas y hojas. Y enumero conchas y copas, según sea el camino.

Caminar y caminar. El caso es caminar, aunque sea a desgana. Para vencer tiempos y perezas. Caminar para por una vez, llegar aunque sea a un anónimo destino. La primavera viene con las zapatillas calzadas. Yo, las mías, las tengo preparadas.

lunes, 13 de abril de 2015

00046 La Bahía de Santander

LOS REGINAS

Atravesar la bahía cántabra desde Somo hasta Santander es un festival para los sentidos, abanderados por el de la vista. Un trayecto de unos veinte minutos para el reloj e indefinido para el resto de mesuras. Agua, brisa, calma, placidez, piedra, arena, gaviota, sol, mezcolanza de olores, no pensar, solo sentir y esperar el final del trayecto. Abandonarte hasta recoger el ancla del bienestar. Todo fluye. Lo lejano acabas por tocarlo y lo que ahora es próximo, luego parecerá un imposible. Y mientras tanto, todo parece cambiar en la quietud del sugerente refugio.


La bahía de Santander es el mayor estuario de la costa norte de la península, con una extensión de algo más de 22 kilómetros cuadrados. Su entrada desde el mar abierto está precedida por la ensenada de El Sardinero. El acceso a su interior se realiza por un estrecho paso de piélago entre la península de la Magdalena y el arenal de El Puntal, formado por playas y dunas que protege las tranquilas aguas internas de la bahía.


En el interior de la bahía santanderina vierten las aguas las rías de Solía, San Salvador, Astillero, Carmen, Raos y Cubas, entre otras.


En los más lejanos tiempos de la historia de la bahía se pierde la práctica de transbordo de pasajeros entre una y otra orilla de la hermosa Santander, el "Portus Victoriae" de los romanos. Una legendaria actividad iniciada con la propulsión a remo y continuada, a lo largo de los siglos, con la navegación a vela, vapor y los actuales sistemas de servicio de pasaje.


En el año 1841 se puso en servicio una popular línea de embarcaciones a vapor conocida como "Las Corconeras" y que unía la ciudad de Santander con las localidades ribereñas de Pedreña, El Astillero y la playa de El Puntal. A estas, treinta y ocho años después, les sucederían los "Zarcetas". En 1918, la empresa familiar "Diez Hermanos" establecería el servicio regular entre Santander y los lugares del Sur, Pedreña y Somo. Finalmente, desde el año 1967, este servicio lo ofrece "Los Regina, S.A", con sus populares albos y rojillos "reginas".

Siempre mismo trayecto, siempre distintas sensaciones, según el estado de la marea o su cielo indescifrable. Según sea de amanecida o al atardecer,  o cómo se presenten los matices predominantes de sus aguas. Siempre será según, pero siempre una delicia.
















jueves, 9 de abril de 2015

00045 Los Pimientos Rellenos de Bechamel

ET MEMORIAM AETERNAM

Le restaba importancia a todo cuanto hacía. Creo que era una máxima de su generación, además de sentirlo ella así y de puro convencimiento. Sin alardes y excesivas alharacas. Iba en su ADN; complacer, querer y ayudar para sentir en toda su extensión  a su familia y a su gente. Pequeña señora de estatura para una gran "ama" y "amama" de enorme corazón, como pequeños eran sus ojos provistos de una especial luz que los hacían peculiares y hermosos y que adornaban su permanente sonrisa también sin importancia. O por lo menos, así la recuerdo en la ya excesiva distancia del tiempo.

Llegado el domingo,  su gente querida, invadíamos, en el sentido literal de la palabra, su casa de la bilbaína calle Ledesma. Eran domingos de fiesta y festín en torno a una mesa de tradición culinaria.Todavía recuerdo la confusión de gratos olores al traspasar el umbral. Alubias pintas, anchoas albardadas, marmitakos, patorrillos, horneados pescados, guisos de calma espera... y pimientos verdes rellenos de bechamel. No sé el por qué, pero la pequeña hortaliza rellena ganó enteros frente al resto de sabrosos manjares. 

Pregunté por su elaboración para intentar imitarlos. Parecía cosa fácil. Me puse manos a la obra hasta en media docena de ocasiones. Nada que ver con los originales. Además de acabar con mi paciencia, y tengo para un buen rato, terminaba ese imposible con bechamel hasta en el blanco del ojo. ¡Pero si no tiene ningún misterio!, me decía, sin darle demasiada importancia,  la maestra de esas delicias. Alguna vez más lo intenté, pero sin demasiado éxito. Dicho esto, también tengo que decir, que se podían comer. Nunca fueron los mismos, pero se podían comer. Que conste.

La abuela Sara, como así llamábamos a la protagonista de este humilde relato, nos dejó hace ya algunos años, no sin antes ganarse su permanente recuerdo y un buen número de hermosas sensaciones que guardaré de por vida en mi imaginario. Ahora es su hija, también Sara, la encargada de rellenar los inigualables pimientos de bechamel; la gestora y responsable de no perder esta heredad gastronómica. Le vuelvo a preguntar cómo los hace y en las palabras de la pormenorizada explicación vuelvo a ver a mi recordada y querida abuela Sara.


"Es muy sencillo. Pimientos verdes pequeños y a ser posible que sean del mismo tamaño. No sirve cualquier pimiento.  Se fríen un poco. Cuando están fríos se rellenan de forma transversal con una bechamel espesa, se albardan y se vuelven a freír", me repite Sara sin darle también la más mínima importancia. Y así lo vuelvo a hacer. Pero no, algo falla. Será el pimiento, la bechamel, el punto de fritura o que las cosas nimias y  sin importancia son más precisas de lo que nos parecen.

Mi reconocimiento y gratitud a la familia Garbati Hernando.