martes, 22 de diciembre de 2015

00202 Los Días de Niebla

DONDE MORA LA MELANCOLÍA

Parece que fue ayer cuando te veía caminar arrastrando los pies sobre las húmedas hojas de los plataneros del viejo parque. Hojas nacidas para dar sombra y vencidas al descanso otoñal. Destino de juegos y de risas crujientes, de promesas cumplidas y de recuerdos atrapados entre las páginas de un libro que con el pasar de los años sólo buscan ya alivio.

Aún te veo cuando adivinaba tu figura pasar entre la espesa niebla, entre la tupida atmósfera de húmeda espera. Tu silueta, ajena al tiempo, era inequívoca. Paso lento, mirada al suelo, abrigo oscuro. Una mano en el bolsillo buscando cobijo; la otra, sosteniendo un cigarrillo, un libro o alguna esperanza eterna. Era tu complicidad consentida, conquistada y elegida.

En los días de niebla te sigo recreando imaginado, abstraído, ligeramente confundido. Casi todo se escapaba por completo tras el rastro de una inquietante melancolía, tras los impulsos por experimentar de un deseado despertar. En ocasiones detenías el acompasado paso para tocar, palpar, retener el tiempo. Un tiempo que se hacía demasiado pesado en la espera de esa tierra prometida tantas veces incumplida. Una espera de sumados desesperos mitigada por alguna caricia de comprensión y consuelo, por algún cómplice beso en la complicidad de esa misma niebla que ahora miro complaciente en la distancia.

Días de niebla y quebranto. Tardes de tempranos y húmedos anocheceres desprovistas de palabras y templanzas. Silueta acompasada convenientemente disfrazada para justificar un resto de existencia. Parece que fue ayer cuando te veía convertido en un aprendiz de la vida entre la niebla.

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