domingo, 13 de diciembre de 2015

00196 Los Madroños

ARBUTUS UNEDO


Fue ahora hace dos años cuando ví por primera vez un madroño al natural con sus correspondientes frutos, de un rojo intenso y sugerente. Me topé con ellos de forma sorpresiva en plena Sierra de Guara, alineados a ambos lados de la carretera que conduce a Las Almunias de Rodellar. La imagen que desprendía la legión de árboles era fascinante. Estacioné el coche y antes de inmortalizar la estampa con la cámara fotográfica, cogí uno de sus frutos y como un primate,  lo olisqueé y me lo acerqué a la boca para darle un tímido mordisco. No sabía a nada aproximadamente reconocible. Su forma y color tan atractivos prometían más emoción. Pero no, me dejó frío y casi decepcionado. Más tarde pregunté a un lugareño sobre el consumo del madroño y me dijo que había a quien le gustaba su sabor, si bien recomendó no comer más de media docena ya que "emborrachan". Nos confesó que él los utilizaba para hacer licor y que en alguna ocasión había hecho mermelada.

Cuando llegué a casa me interesé por este fruto del que leí que en latín, Arbutus Unedo, significa que "sólo debes comer uno", refiriéndose a que un sólo fruto es suficiente para cada uno. También que el madroño es conocido como "artabellacos", "fartabellacos" o "borrachines" y que se comen crudos o se cocinan para elaborar mermeladas o confituras, además de vinagres y licores. Conocí que este fruto es rico en azúcares y que es muy aconsejable cuando hay infecciones urinarias, debido a su contenido en arbutina. Asimismo, en su calidad de antioxidante, es adecuado para personas con enfermedades cardiovasculares y previene el colesterol, la hipertensión y la arterioesclerosis. En punto y seguido leí que la creencia de que el madroño emborracha es debida a que, al madurar, se produce la fermentación de los azúcares del fruto y puede contener alcohol. Por este motivo, altas ingestas de madroños pueden producir síntomas de intoxicación por alcohol.

Hace pocas fechas, en otro lugar de la geografía oscense bien distinto al descrito con anterioridad, volví a toparme con varios madroños. La imagen nada tenía que ver con aquel y único hasta ahora avistamiento. En esta ocasión los arbustos y árboles campaban a sus anchas y el número de frutos era bastante más inferior. Con todo, me gustó también la imagen que transmitía el pequeño fruto cuya rojez sobresalía entre el verdor del paisaje. Se me antojaron entonces pequeños supervivientes deseoso de hacerse un hueco entre encinas y carrascas. Una supervivencia que no me es del todo ajena.








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