lunes, 2 de noviembre de 2015

00161 Coleccionar Nubes

COMO TERAPIA

Hace algún tiempo que me cargan sobre manera muchas de las cosas terrenales y que no enumeraré porque en este blog sólo tienen entrada las cosas que me gustan. Desde hace un año y medio, y visto el percal de por aquí abajo,  me dio por mirar al cielo y jugar con las nubes, captar sus curiosas y caprichosas formas e iniciar una colección de nubes, de mis nubes. No tiene más misterio. No hay más lecturas. Sólo es un juego, como otros tantos,  para entretener a mi mente y tener desocupados a mis pensamientos.

No todos los días puedo sumar una nube a mi colección. Bien por ausencia en el cielo de ellas, bien porque mi imaginación no está por la labor. No está para juegos.

Ahora recuerdo que hace algunos años, cuando mi pequeña Jara cursaba primaria, que en su colegio me pidieron que hiciera de mantenedor en el inicio de unas jornadas culturales. La inauguración estaba prevista hacerla en el patio del colegio al aire libre. A ella se sumarían también escolares de secundaria. Preparé una intervención plana y cercana para los niños y niñas de todas las edades.

El día anterior a la inauguración desde la dirección del colegio me hicieron observar que posiblemente lloviese y que se había preparado un plan b. Si la lluvia se presentaba, el acto se trasladaría al interior del colegio. Los mayores al salón de actos y los más chiquitines a una de las aulas. Correcto, salvo que mi intervención, a los más pequeños, aún pensando en ellos, les iba a dejar indiferentes. Así que me puse manos a la obra e ideé también mi plan b escribiéndoles un cuento a partir de mi afición a la contemplación de nubes.

Finalmente no llovió y el acto inaugural se realizó en el patio de recreo sin  necesidad de tener que  recurrir a los planes b. El improvisado cuento para los pequeños no se leyó. Quedó guardado en los archivos del ordenador.

NUBES Y ESTRELLAS

Esta es la historia de dos hermanos que un día se olvidaron de la existencia de una palabra que a los mayores nos gusta muy poco escuchar y que los niños soléis pronunciar más veces de las que nos gustaría oír. ¿Adivináis de qué palabra se trata?. Os daré una pista. Empieza por la letra A. Le sigue su compañera de fila del abecedario. Efectivamente, la B. Cuando os encontramos un tanto abatidos, somnolientos y casi sin energías, los mayores os preguntamos: “Fulanito, ¿qué te pasa?”. Y contestáis: “Nada”. Volvemos a preguntar: “¿Te pasa algo?. ¿Estás enfermo?. Y es entonces cuando pronunciáis esta fatídica palabra a la que habitualmente acompaña un bostezo: “¡Es que me aburro!”.

Esta es la palabra: ¡ABURRIMIENTO! Os habéis dado cuenta de lo fea y larga que es y también de lo aburrida que es su pronunciación. Intentar decirla pausadamente, muy despacio aaaaaaabuuuuuuurriiiiiiimiiiiiieeeeentooooooo.

Vamos al grano, no sea que nos aburramos sin desearlo. Como os decía al principio, esta es la historia de dos hermanos. Él se llamaba Jorge y tendría nueve años por aquel entonces. Ella se llamaba María y tenía dos años menos que su hermano. Jorge y María vivían en una gran ciudad. Iban al mismo colegio y compartían las mismas actividades extra escolares. Durante la semana, entre las clases y las actividades poco más podían hacer, y era, llegado el fin de semana, cuando los padres de Jorge y María les daban algo más de rienda suelta. Cuando no había una fiesta de cumpleaños, era la visita siempre esperada de unos primos. Si no iban a comer los domingos con los abuelos eran ellos los que acudían a su casa con los pastelitos de chocolate y tocinito de cielo que tanto les gustaban. En ocasiones, realizaban algún que otro viaje para conocer a un miembro de la familia que acababa de nacer o a casa de amigos de sus padres que tenían hijos de sus mismas o parecidas edades. Con la llegada del buen tiempo, el parque de la ciudad se convertía en una visita obligada de los fines de semana para disfrutar de la bicicleta, los patines o de los juegos infantiles con otros amigos. Si el tiempo no acompañaba, la casa se convertía en un magnífico refugio para progresar en el manejo de la DS, la Play, la Wii o el ordenador.
 
Un verano, los padres de María y Jorge decidieron hacer algo distinto, algo que nunca habían hecho con sus hijos,  y pensando, sobre todo, en que les haría especial ilusión. Así, el padre, en los postres de la comida y con gestos entusiastas anunció que el fin de semana lo pasarían de camping en el Pirineo.

Jorge y María se miraron sin saber qué decir. De camping, dos días, en el  Pirineo. No salían de su asombro. ¿Pero para qué nos vamos a ir de camping con lo bien que lo estamos pasando aquí con nuestros amigos y nuestros juegos y juguetes?. Además, ¿qué se hace en un camping, cómo nos divertiremos?. Va a ser un aburri… El padre de María y Jorge, no sin cierta decepción, les comunicó que en el camping que había elegido había una hermosa piscina, un salón de juegos y que estaba enclavado en un hermoso paraje con un montón de excursiones para hacer y sitios que visitar. Las explicaciones no sirvieron de nada ya que en las caras de sus hijos no se dibujó ni una leve sonrisa.

Los padres de Jorge y María, para los que también ir de camping era toda una experiencia, lo tenían todo preparado; solo faltaban la ilusión y la alegría de sus hijos. Durante la semana les habían pedido la tienda de campaña y demás material de camping, amén de diversos consejos, a unos amigos que solían ir con frecuencia de camping. A las seis de la tarde del viernes estaba todo dispuesto en el coche para empezar a vivir ¿Una gran aventura y un inolvidable fin de semana?.

Durante las más de dos horas que duró el viaje hasta alcanzar el destino ni Jorge ni María pronunciaron palabra a pesar de las constantes bromas de sus padres y de la alegre música que se había seleccionado para el trayecto. Nada dijeron salvo un oscuro balbuceo pronunciado por Jorge y que la madre intuyó como un “Tengo hambre”.

Todavía había luz natural cuando llegaron al camping, lo que hizo que el montaje de la tienda de campaña fuese más sencillo dentro de la complejidad para unos novatos. María y Jorge también participaron en tales tareas, abandonando por unos instantes esa cara de lechuga pocha que se nos pone cuando estamos malhumorados o contrariados.

Llegó la noche y como los padres de nuestros protagonistas no estaban acostumbrados a la vida del campista, decidieron cenar en el restaurante. A la salida del establecimiento y tras dar cuenta a un buen par de huevos fritos con patatas y longaniza y un más que apetitoso helado de chocolate y nata, se encaminaron de nuevo hacia la tienda de campaña. Por el camino de regreso pudieron ver a un nutrido grupo de niños y niñas mirando hacia el cielo estrellado. Solo fueron capaces de adivinar risas y aplausos y cómo saltaban de alegría. Los padres de Jorge y María les invitaron a unirse al grupo ya que no tenían problemas para entablar nuevas amistades. Pero los dos hermanos seguían contrariados con los planes elaborados por sus padres y decidieron dar por terminado el día. Ni una palabra de agradecimiento, ni una sonrisa, ni tan siquiera un atisbo de sorpresa en sus caras ante todas las novedades que les ofrecía el inesperado fin de semana. Tan solo un cortés “buenas noches y hasta mañana”. La hermosa noche veraniega les durmió con el amable sonido de un grupo de niños y niñas festejando algo que no llegaban a adivinar.

Esa noche, María y Jorge no debieron de extrañar su cama ni su improvisada habitación ya que tardaron en despertar al día. Sobre las once de la mañana su madre les despertó, como hiciera todos los días desde que nacieran, con un dulce beso en la mejilla. Sobre la mesa de camping había preparado el desayuno que más les gustaba: un buen vaso de leche con cacao, tostadas de pan de pueblo con aceite y sal y galletas con mantequilla. Sus semblantes parecían indicar en esa mañana que su enfado o apatía ante la idea de pasar un fin de semana en el camping era ya un recuerdo. Entre sorbo de leche y mordiscos a la tostada y a la galleta, Jorge y María fueron examinando detenidamente el paisaje que les rodeaba para detenerse en el mismo grupo de niños y niñas que habían visto minutos antes de acostarse. Parecía que no se hubiesen movido en toda la noche. Seguían mirando hacia el cielo. Un cielo que había cambiado las estrellas por un redondo sol al que acompañaban unas caprichosas nubes. Y al igual que la noche anterior, sólo pudieron adivinar sus risas y saltos de alegría. Jorge y María no entendían muy bien esa forma tan extraña de divertirse.

Al igual que la noche anterior, sus padres les invitaron a unirse al grupo pero prefirieron seguir como estaban. La mañana transcurrió plácidamente entre la piscina, una paella y una pequeña excursión por los alrededores del camping.

De nuevo llegó la noche y mientras María y Jorge devoraban con inusitada ansiedad la cena que les había preparado su madre, oyeron de nuevo el conocido y alegre sonido que salía de las bocas del grupo de niños y niñas que volvían a depositar sus miradas en el hermoso cielo estrellado. Llamados por la curiosidad, en esta ocasión no hubo que invitarles a que se unieran al grupo, sino que Jorge y María, con el último bocado, se levantaron al unísono dirigiéndose al lugar donde se encontraba la alegre pandilla.

Se presentaron y pidieron permiso para unirse al grupo.

-          ¿A qué jugáis?, preguntó Jorge.
-          Miramos y adivinamos las figuras que hacen las estrellas, contestó uno de los niños del grupo.
-          ¿Y eso os divierte?, prosiguió preguntando María.
-          Sí, es muy divertido. Un niño ve una figura que hacen las estrellas, nos da una pista y los demás tenemos que adivinar de que figura se trata. ¿Queréis probar?, le respondió una pecosa niña.

Fue entonces cuando uno de los niños dijo: “Veo en las estrellas un objeto que empieza por la letra A”. Y todos, incluidos María y Jorge, comenzaron a unir las estrellas con líneas imaginarias para dar así con el objeto en cuestión.

-          Alfombra, indicó uno de los participantes.
-          Avión, señaló otro.
-          Árbol, dijo un tercero.
-          Abanico, pronunció Jorge sin demasiado convencimiento.

El niño que había propuesto la adivinanza le dio un ligero golpe en la espalda a Jorge en señal de su buen acierto. A partir de aquí prosiguió el juego y empezaron a aparecer en el cielo estrellado animales, flores, más objetos, figuras geométricas, países, provincias… un sinfín de adivinanzas que hizo que el tiempo pasara más rápido de lo habitual, hasta el punto que ya avanzada la noche, tuvieron que ser reclamados por sus respectivos padres para que se dispusieran a dormir. María, antes de volver a su tienda de campaña y de despedirse de sus nuevos ya amigos, preguntó: Y por el día, ¿a qué jugáis si no hay estrellas?.  A lo mismo, le contestó otra de las niñas, pero con las nubes. ¿Sabes María?, en el cielo, está todo escrito.

El día siguiente fue inolvidable para Jorge y María. No hubo que despertarles. Bastaron los primeros rayos de sol para que sus ojos se abrieran y comenzaran una ajetreada jornada. Comenzaron la mañana jugando a las nubes con el resto de niños y niñas. En el cielo se dibujaban payasos, conejos, barcos, locomotoras de vapor, fantasmas… Después de un buen baño en la piscina, jugaron a otros juegos que fueron proponiendo los niños: a la taba, a cortar el hilo, a balón prisionero, al pañuelo…

El regreso a casa, ¡qué distinto fue al viaje hacia el camping!. Jorge y María parecía que habían comido lengua. No callaron en todo el viaje contando a sus padres todo lo que habían hecho, descubierto y aprendido en ese maravilloso fin de semana en el camping.


Ahora, cuando están en su casa de la gran ciudad y María y Jorge parecen que comienzan a tener síntomas de esa palabra impronunciable que empieza con la letra A y a la que le sigue una B…., se miran, se guiñan el ojo y salen a la terraza o se asoman al balcón para mirar al cielo,  porque como aprendieron un día en un camping del Pirineo, en el cielo está todo escrito.













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