miércoles, 18 de marzo de 2015

00033 Las Cabezas Asadas de Cordero

SIEMPRE EN COMPAÑÍA


Imagino que serán legión los que sólo con ver la fotografía del encabezamiento rechazarán este gusto y que  ni siquiera se tomarán la molestia de leer el contenido. Es un riesgo que asumo. Pero el caso es que las cabezas asadas de cordero con su buen lecho de patatas, me encantan. Además, son de esos olores que me acompañan desde mi juventud. De cuando algún que otro domingo mi hermano Antonio, que por aquel entonces estudiaba periodismo en Pamplona, venía a pasar el fin de semana a casa y nos sorprendía a mi madre y a mí con medias cabezas asadas del inolvidable Bar Ricocú de la capital oscense. Era "nuestra pequeña, inesperada e improvisada fiesta".

Ahora no es habitual que las coma, no hay ya muchos establecimientos o casa de comidas que las ofrezcan. Además, para dar cuenta de ellas se necesita su tiempo y su particular liturgia. Ya solo las degusto en casa de mis primos Javier y María Astón o de mis tíos Antonio y Blanca. Y es aquí cuando este humilde manjar adquiere otra dimensión, otra cualidad y calidez; servir de excusa para reunir a la familia. No a todos les satisface la idea de emponzoñarse las manos y comer lenguas, sesos y quijadas como si se acabara el mundo. No, para este sector familiar siempre hay un plan B. Ellas, las testas, simplemente dan el título al encuentro: "Tal día quedamos a comer unas cabezas", "Hace días que no nos comemos unas cabezas", "Para cuando unas cabezas". Es lo mismo que decir: "Ya va siendo hora que quedemos un día para juntarnos y hacer unas risas", "Hace tiempo que no nos vemos", "Qué día viene bien para echar una charrada".


El caso es reunirnos en mesa grande. Disfrutar de la buena compañía que solo la familia sabe obsequiar. Contemplar el rápido paso de los años de unos  que te recuerdan, supongo que sin querer, los que llevas sumados parece que de tres en tres.

Tío Antonio pela y corta patatas. Le tiene cogida ya la medida. Ni finas ni gruesas; en su justo y casi medido tamaño. Buen lecho en la bandeja de horno. Mientras tanto,  Javier prepara las cabezas y el condimento para sazonarlas. Al horno.

El olor que desprende el asado viene vestido de recuerdos. Comer cabezas asadas tiene su arte y como tal, hay que saber ejecutarlo. Mi madre siempre decía que como su hermano Julián, no las comía nadie: "dejaba los huesos como el marfil". Me gusta esta metáfora.

Comparo mi plato con el resto de los comensales. Fernando, no sabes comer cabezas, me digo. Y me respondo a continuación: "¡y qué más da, si es tan solo una excusa!".

















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