sábado, 28 de febrero de 2015

00017 El Atardecer

CAE LA TARDE


No es visual, es más bien sensitivo. Tampoco es hermoso. No necesita serlo. A caballo entre el día y la noche, entre la luz y la oscuridad, el atardecer pasa de puntillas,  casi desapercibido. Es un quiero y no puedo, un estar en la antesala de la llamada.

La quietud de la jornada antes de que despierten las voces. Es sereno, apacible, manso y dialogante. Confusión de luces. Y a lo lejos un tímido aullido rasga su secreto. 

El horizonte le confunde. Tiene que pedirle permiso para ser. Al final se lo dará. No tendrá que rogárselo. Se lo dará. Así está escrito y aprendido.

Los minutos pasan rápido; tienen prisa por llegar. Despacio, más despacio, que no me dejáis disfrutar.

Todo se recoge ya: las olas, el viento, la arena, el bostezo y el hambre.


Mañana volveré a visitarte. Te esperaré para imprimir nuevos matices. 

Alguien me llama.










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